La humanidad, en particular en Ecuador, requiere urgentemente de muchos maestros, padres, políticos y servidores públicos ejemplares, que inspiren y motiven a los demás en beneficio de las comunidades y sociedades.
Las vidas ejemplares tienen una integralidad de su ser. Es decir, llevan una unidad entre lo que piensan, expresan y su conducta, Manuel Agustín Aguirre decía que los maestros, y lo extendemos al resto de personas, “deben ser como un espejo en el cual puedan mirarse sus discípulos con orgullo, no tan solo cuando lo son, sino adultos y viejos”. Con un sentido de proyección, Aníbal Ponce expresa que “la máxima satisfacción de un maestro es ver cómo su pensamiento adquiere una vida nueva en la mirada inteligente de quien le escucha”. Se busca no solo que sean una copia de vidas ejemplares que se admiran, sino que vayan más lejos que sus maestros, poniendo el sello propio. Sin vidas ejemplares que actúan como faros de luz que nos orienten, sin fuerza de atracción moral y espiritual, las personas se pierden en la oscuridad, las tentaciones fáciles y destructivas.
No importa que los humanos ejemplares tengan una corta vida. Lo que importa es que, como hijos, estudiantes, profesionales, padres, esposos, amigos y desconocidos, han tenido la menor cantidad de manchas, motivo de vergüenza.
Cuando nos muramos, no nos llevaremos absolutamente nada, a pesar de las grandes riquezas acumuladas o poderío alcanzado. Lo que sí dejaremos serán los recuerdos de lo que hicimos: de personas irrespetuosas, violentas, ladrones y asesinos, etc., preferimos olvidarlas; en cambio, los que llevaron buenas y extraordinarias vidas ejemplares, los recordamos y continuarán viviendo en los corazones de quienes los conocieron y en la conciencia colectiva de las comunidades, los pueblos y la humanidad.
Seamos dignos de los padres y maestros ejemplares. Las vidas ejemplares vivirán mientras exista la humanidad. (O)
