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El Telégrafo
Roberto Follari (*)

Macri: aplastando 'con amor'

19 de febrero de 2016 - 00:00

La campaña electoral del macrismo fue una insustancial saga de bailes, globos amarillos, declaraciones dignas de pastores religiosos electrónicos, aire de fiesta ligado a fotos de ocasión pagadas a ciudadanos comunes para aparecer con los candidatos. Fue innegablemente eficaz: no solo asumió la liviandad posmoderna, sino que fue contra la supuesta división que el gobierno kirchnerista habría establecido entre los argentinos. Ahora, ya -con tanto amor desparramado- no habrá que discutir con nadie sobre política en reuniones, cumpleaños y fiestas familiares. Se ha instaurado la paz del silencio y la homogeneidad. Y es que tal situación ‘pacificada’ no es fruto de amor alguno, sino de lo contrario: el gobierno que coincide con el establishment (embajada estadounidense, multinacionales -sobrerrepresentadas en los ministerios actuales-, medios de comuniación hegemónicos, amplios sectores de las iglesias) hace con esos poderes una enorme Sinfonía del Uno, donde todos tocan igual melodía, y a veces incluso las mismas teclas. Como los intereses de gobierno y demás poderes son coincidentes, no hay reyerta, pues no hay opción alternativa: el establishment gobierna con los gobernantes como sus ejecutores. En cambio, cuando hay gobierno que busca estirar el Estado hacia la protección de lo popular, entra en contradicción con los poderes fácticos; y allí se produce la -por cierto que sana- discusión pública, abierta por la posibilidad de la diferencia, la polémica y el disenso.

Pero en el discurso, todo es al revés. Un gobierno previo que no fue blando porque se paró frente a lo establecido, es atacado como si hubiera sido ‘fanático’. Y se aplaude la falta de convicción y la carencia de voluntad colectiva, como si fuera un sano atributo de respeto al otro y asunción de la pluralidad. Así, la campaña publicitaria sigue durante el gobierno. Ahora hay por la TV pública una serie de spots que operan como propaganda oficialista, pero no se los presenta como tales. Se llaman ‘Ceder la palabra’. Algunos de los personajes convocados (aparece uno solo en cada spot) son de reconocido odio hacia el gobierno anterior, el cual es expresado solapadamente en la afirmación del valor de que todos seamos diferentes; es decir, de que no tengamos convicción frente al otro, para que en nombre de la tolerancia seamos incapaces de defensa firme de posiciones. Algunos convocados desentonan levemente y agregan algún matiz personal valioso, pero la redundancia monumental entre todos los invitados hace evidente que sostienen un eje de significación que les ha sido planteado por la producción, si bien aparecen hablando como si fueran espontáneos. En nombre de la tolerancia y pluralidad, se ataca a las convicciones fuertes, imprescindibles para sostener militancia. Y la militancia, es obvio, es necesaria a los procesos populares; en cambio la derecha no la necesita, se afirma en el establishment.

Estas loas al amor se hacen desde un gobierno que tiene una encarcelada política destacada, sin juicio y, por ello, obviamente sin condena. Que ha hecho reaparecer la represión -con balas de goma- a la protesta social. Que ha subido la electricidad hasta en 700%, y promete hacerlo en 250% con el gas. Que mantiene niveles altísimos de inflación, y que continúa en una devaluación permanente de la moneda. Que negocia problemáticamente con los ‘fondos buitre’, y que quiere reendeudar a la nación. Que ha echado alrededor de 40.000 empleados públicos, muchos por serle opositores. Que ha gobernado ignorando al Congreso, y a la pluralidad que en él se expresa.

Pero todo con amor y respeto a la diferencia, seguro. En nombre de la armonía social, el capital siempre ha castigado a quienes -en mayor o menor medida- han querido no subordinarse a su tiranía. (O)

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