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El Telégrafo
Karla Morales

Ma Vie en Rose: Una excursión al territorio de las diferencias

11 de enero de 2015

La puesta en pantalla del universo interior de Ludovic constituye la más estupenda ‘puesta en época’ vista en mucho tiempo. El centro de la historia es un niño de siete años, Ludovic, quien podría ser una niña como cualquiera si no fuera porque sus cromosomas lo hacen varón. Aunque el filme podría considerarse como una clásica representación de las fantasías de un niño, es todo lo contrario: una materialización fílmica de la etapa infantil cuando empieza a dibujarse la identidad sexual. Y, en menor medida, una manifestación de esa concepción según la cual, para ciertas almas, existe la posibilidad de sentir un sexo que no es el propio.

Ludovic vive en un barrio de clase media junto a sus padres y tres hermanos, con quienes configura una ‘típica’ familia. Sin embargo, siguiendo sus preferencias, Ludovic viste, juega, sueña, vive como una mujercita. Y con toda lógica, no entiende que los otros no acepten su condición.

Ma Vie en Rose, cinta franco-belga, constituye el debut del director Alain Berlinder, quien se atreve y le suma al siglo de las migraciones el título del siglo del rechazo a lo otro, de la negación y represión de lo distinto. Berlinder utiliza las tendencias homosexuales de Ludovic como pretexto para mostrar esa visión, “desde una perspectiva que reflexiona sobre la necesidad de aceptar maneras distintas de ser”.

El entorno de Ludovic, como el de muchos niños y niñas, juega un papel fundamental en la trama: una familia ‘normal’ y unos vecinos con una vida intrascendente, unos reprimidos y otros extrovertidos -según lo que piensen los demás- pero coincidentes en mantener un statu quo que no transgreda el orden, las buenas costumbres y la moral religiosa.

Recuerden: Ludovic tiene 7 años, encarna todo lo sexualmente inconcebible por naturaleza, lidia con que no lo tomen en serio y con una madre segura de que “hasta los siete años lo que dice y siente Ludovic es normal porque lo leí en Marie Claire”. La madre y el niño tienen una concepción del tiempo muy distinta: mientras ella cree que con los días la actitud de Ludovic cambiará, él cree que lo único que debe sanar el tiempo es su masculinidad.

Un momento poderoso es cuando en un asado organizado por los padres de Ludovic, este aparece pintado y en vestido rosa. A partir de ahí la marginación social de la familia empieza progresivamente y Ma Vie en Rose entra en su veta trágica. Una de las escenas más dolorosas: cuando la madre corta el cabello largo de Ludovic y le prohíbe orinar sentado.

Así Berliner va construyendo su alegato sobre la homofobia y se ganó, en 1998, un Golden Globe y la candidatura al Oscar a la mejor película de habla no inglesa.

Ma Vie en Rose no evoca momentos ni imágenes reales ni los que comúnmente esperaríamos. Plasma, muy al estilo de la ‘France’, el arte naïf y rosa que solo puede suscitarse y fabricarse en una mente infantil. Tiene ese je ne sais quoi como de otro tiempo, con tonos y objetos psicodélicos, que muy bien nos recuerdan la época colorida de los sesenta.

La plenitud sin sombras de la feminidad de Ludovic puede llegar a conmovernos y sacudirnos. Puede incluso recordarnos a todos los Ludovic de nuestro entorno, que no exigen sino tolerancia, respeto, inclusión y una vida plena sin violencia de ningún tipo.

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