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El Telégrafo
César Hermida

Los perros de La Carolina

29 de agosto de 2015

El parque La Carolina con su césped verde bien cuidado, árboles, andariveles y ciclovías, propicia diariamente, desde temprano en la mañana, caminar y hacer ejercicios. Personas de toda edad, incluso antes de la luz del Sol, dan vueltas en bicicleta o caminan solos o en parejas, o más tarde practican bailoterapia. Hoy se realizan obras para embellecerlo aún más (aunque los letreros anunciándolo fueron muy tempraneros). Para comodidad existen suficientes parqueaderos.

Al parque llegan muchas personas con sus mascotas para que también caminen y hagan ejercicios. Personas y animales pertenecen a diversos orígenes, las mascotas son de las más diversas razas, tamaños y colores, aunque, como las aves, los colores vayan del blanco al negro pasando por el gris, como las aves urbanas del parque que no tienen colores azules, verdes o rojos de la naturaleza, como las aves rurales.

Los perros, como mejores amigos, acompañan a los seres humanos desde su origen, y desde siempre han sido tratados de acuerdo a los aspectos culturales de sus dueños, en las más diversas sociedades, como en la actual de consumo, de acuerdo a las clases sociales. Hay señoras inseparables de sus bellos perritos pequeños, uno, dos, tres y hasta cuatro, con los que incluso conversan mientras caminan, llevándolos con su cadena o correa como lo hacen jóvenes que corren junto a otros enormes igualmente llevados con cadena. Casi todas las personas muy higiénicamente recogen con bolsitas de plástico colocadas en las manos como guantes, los excrementos de sus mascotas.

Todo es maravilloso en el paradisíaco escenario de personas y animalitos, pero hay quienes no colocan las obligatorias cadenas, y entonces animales enormes corretean libremente asustando a los transeúntes, como un joven de pelo largo con un animal igualmente negro grande que ladra y asusta mostrando sus dientes acercándose peligrosamente a las señoras que reclaman la falta de uso de cadena mientras el dueño, impávido ante el terror de las señoras, sonríe con la estúpida actitud de muchos que exclaman tranquilamente: “No hace nada”, mientras las asustadas personas saben que seguramente no le hará al dueño, pero sí al desconocido que mira las enormes fauces a pocos centímetros de su aterrorizado cuerpo.

El parque está siempre cuidado por policías montados en bellos ejemplares equinos o en hermosas motocicletas que vigilan el riesgo de robos o asaltos que debido a ellos no existen, pero no hacen nada para que se usen las cadenas con los perros agresivos. (O)

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