Sí, a ustedes que quizá olvidaron el valor de las cosas tangibles o físicas, ahora lo ven con más aprecio. Como leer libros, empolvados por meses en el librero. ¡Claro, otros dirán, para eso están los e-books! Sin embargo, el aislamiento readaptó la rutina de muchas personas.
Los teletrabajos, las clases en línea; los webinars, los entrenamientos o coaching digitales, etc. Hay abundante información, material e influenciador, para las personas ociosas en que acaso nos hemos convertido.
Pululan aplicaciones de rutinas de ejercicios en casa; recetas de cocina bajas en calorías; tutoriales para redecorar; tips para evitar la ansiedad, etc. Los humanos podemos adaptarnos o reinventarnos. Sin duda, no volveremos a ser los mismos.
Ni siquiera en hábitos de limpieza o contacto social. Quizá con el tiempo retomemos ciertas viejas costumbres, pero no vacilaremos en entrar en pánico si hay un rebrote y por momentos nos encerraremos, producto del trauma que esto ha motivado.
Un análisis simple de politólogos y académicos de la comunicación ya pone en cuestión todos estos hábitos y mutaciones sociales. Pero psicólogos, antropólogos, ambientalistas, economistas y sobre todo el monstruo del mercado, desnudarán todo esto en un cambio que será como una dictadura.
Nos someteremos en el corto plazo a la oferta de servicios a domicilio para todo; ya existe, pero será un absoluto inevitable. Nuevas ideas de emprendimiento basados en el confinamiento social y al pánico del contagio biológico saldrán a flote. La economía tendrá un puntal con estas nuevas demandas, al menos en las sociedades occidentales.
Pero justamente eso también significará un cuestionamiento a las viejas tradiciones o costumbres de algunas culturas. Porque los teléfonos inteligentes nos han cambiado la vida en todo. La tecnología ya es obligatoria para todos; y se amplía su uso en la franja etaria de los mayores de 65 años, los acostumbrados al contacto social. (O)