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El Telégrafo
Roberto Follari (*)

Los medios como partidos políticos

29 de mayo de 2015

Nadie votó en favor de los dueños de los medios de comunicación privados, nadie los eligió como actores políticos privilegiados. De cualquier modo, ellos operan como un poder de hecho. En nombre de una libertad de expresión que buscan a menudo que solamente rija para ellos (¿o es que algún periodista puede criticar en un medio a los dueños del mismo?), operan permanentemente en la búsqueda de producir opinión acorde a sus intereses.

Si se trata de un gobierno de derecha suelen tener acuerdo ideológico, y solo critican ocasionalmente para presionar por el logro de algún privilegio. Si, en cambio, es un gobierno que trabaja por los derechos de los de abajo, este deberá atenerse a recibir ataques permanentes. A menudo no críticas, sino ataques: agresiones, chismografía, falsedades, todo está permitido. La experiencia latinoamericana actual es por demás elocuente.

Sin embargo, hay un límite para estos medios: no pueden ser actores políticos directos. Por ahora, no hay un ‘partido del diario X’. Hay partidos que se llevan bien con esos medios, pero no que representan a tales medios de manera directa. Y cualquier medio quedaría totalmente deslegitimado si abandona su pátina de neutralidad embanderándose directamente como facción política.

Sin embargo, la intervención de los medios, en algunos casos, no es solo mediática. Ello es sabido en el caso del grupo Clarín de Argentina. Hay un ejercicio de acción política directa desde ese conglomerado mediático, el cual en los últimos años ha dejado de ser disimulado.

Organizar una reunión con todos los dirigentes de las oposiciones políticas fue un caso muy evidente. La actual presión para convertir el arco opositor en un forzado y heteróclito espacio político único es otro. El pulgar para abajo dado a la continuidad del presidente Raúl Alfonsín en 1989, otro más. Y también según lo narrado, cuando el CEO del grupo consideró al cargo del entonces presidente Menem un ‘cargo menor’ respecto del suyo, y así se lo dijo personalmente.

Como si la intervención mediática fuera leve en su ir mucho más allá de lo medido y lo discreto, y como si por ella misma no tuviera claras faltas en su legitimidad (la crítica siempre es necesaria, pero ha de ser argumentada; y por cierto la falsedad es inadmisible), tenemos además acción política directa ejercida desde la dirección de pulpos mediáticos en la Argentina -y quizá no solo en ese país-.

Sobre el exceso, se suma otro exceso. Sobre el calculado descontrol en el manejo de noticias que a menudo no son tales, la actividad de ‘lobbie’, de presión y de intervención política directa. Parece que es más de lo imaginado, eso que se esconde detrás de la aparente inocencia de la hoy proliferante presencia mediática. (O)

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