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El Telégrafo
Iván Rodrigo Mendizábal articulista

“Los hieleros del Chimborazo”, un clásico del documentalismo ecuatoriano

09 de noviembre de 2024

El reciente fallecimiento del último hielero del Chimborazo, Baltazar Ushca, ha traído la memoria de los hieleros de las cumbres nevadas, documentada fílmicamente en su momento por dos cineastas, Igor y Gustavo Guayasamín, en su “Los hieleros del Chimborazo”. Esta película de alrededor 22 minutos fue filmada entre 1977 y 1980, siguiendo justamente a ciertos hombres, indígenas, ellos de Riobamba, los cuales debían escalar hasta al menos 5000 metros sobre el nivel del mar para romper los hielos y llevarlos a las espaldas y luego a lomo de mula o caballo para ser distribuidos en mercados, hosterías, entre otros sitios.

La película de los hermanos Guayasamín, de tono antropológico, desde ya es un clásico del documentalismo ecuatoriano. Se trata de un trabajo de seguimiento a ciertos hieleros de las comunidades de la Moya y Quindigua, una situada cerca de Riobamba y la otra más bien cerca de Guaranda, con los cuales, con seguridad, los hermanos Guayasamín debieron hermanarse para realizar la joyita que comento en esta columna.

Pues, cuando hablamos de un cine antropológico o etnográfico, desde ya debemos advertir que no se trata de una simple filmación de unos días, sino de un trabajo de acercamiento y de conocimiento, primero de quienes son los verdaderos artífices del filme, los hieleros; es decir, su existencia, sus hábitos, pero, sobre todo, su pensamiento, sus sueños, etc. Es una labor de involucramiento y de conocimiento de las comunidades, más allá de algún motivo que cualquiera podría indicar cuando se evoca la figura de los hieleros: hombres dedicados a cosechar hielo de las alturas y venderlas a los mercados u otros sitios para hacer ricos helados. Aunque este motivo pueda ser interesante, en el documentalismo antropológico o etnográfico, lo que se persigue más bien es profundizar en la vida de los hieleros y con ello, saber lo que implica su enorme faena. 

Para muchos la imagen del hielero suena como algo pretérito o como algo incluso pintoresco, pero lo que nos hacían descubrir los Guayasamín es que detrás de cada uno de los indígenas habituados a dicha tarea, además, de enfrentar al Chimborazo, sus fríos, sus oquedades, sus alturas, donde cualquiera tampoco podría adentrarse con facilidad, estaría, si bien una tradición, sobre todo, un oficio que viene desde la Colonia. Y tal oficio en realidad implicaría peligros, riesgos y, sin duda, un medio de subsistencia. Lo que vemos en “Los hieleros del Chimborazo” son las condiciones de vida, muchas de ellas esforzadas y hasta penosas de los hieleros. En otras palabras, estos hombres viven precariamente, ya que su trabajo les sirve para la subsistencia. Sin embargo, el documental no toma el tono lastimero (pienso, por ejemplo, ese tono en la novela Huasipungo de Icaza), tampoco se propone como algún testimonio de vida (como bien podría darse en el contexto de la televisión); al contrario, muestra, sigue los pasos, nos hace mirar los rostros, nos lleva a mirar los parajes fríos de los Andes y, sin duda, nos hace saber que hay quienes han seguido con un trabajo que no enriquece a sabiendas de los dispositivos actuales para producir hielo, para hacer helados, etc. “Los hieleros del Chimborazo” más bien se constituye en una pieza que explora la naturaleza humana en condiciones severas. De ahí que cuando la vemos, ahora con distancia, reconocemos que los hieleros indígenas fueron (y si aún ahora hay alguno que todavía labora picando hielo de las montañas) los héroes que determinaron un sistema económico que luego se enraizó en lo popular, pese a su explotación como mano de obra barata.

De acuerdo con lo anterior, “Los hieleros del Chimborazo” es una película que nos hace tomar conciencia. Su ritmo lento, su fotografía granulada (como era el cine antiguo, más aún el de pocos recursos), su color que recupera los aires andinos, sus silencios, sus personajes, nos llevan a compararla con las grandes obras del documentalismo mundial clásico (por decir, entre muchos, “Nanook del norte” de Flaherty o “Noche y niebla” de Resnais, ambos con temáticas distintas). Desde ya este documental nos deja una impronta con el paso de los años: se trataría de un notable ejercicio acerca de la memoria de los arrinconados de la historia.

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