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Nada hay que debatir cuando de los fines de la integración se habla. Sería una locura seguir cuestionando el por qué y para qué de la integración regional a todo nivel. Sin embargo, existen grupos a los que no les interesa para nada el que las naciones se integren; quizás les interesa si de por medio hay algo de lo que puedan beneficiarse particularmente.
Contra esas fuerzas hay que luchar porque representan las formas más dañinas y retrógradas de mercantilizar, de fetichizar las más grandes ambiciones que los pueblos tienen.
El hecho tal cual de la migración regional que se ha dado históricamente es el modo más fehaciente que da cuenta de lo imparable de la circulación humana por todo el mundo y no se diga al interior de Suramérica. Por eso los Estados, sus gobiernos, sus líderes deben tener la máxima claridad de que unirse entre países no es una exigencia retórica o poética; por el contrario es una exigencia política, económica, cultural, identitaria con el objetivo de articular estructuras nacionales, imbricar sistemas estatales, encadenar procesos sociales: productivos, comunicacionales, literarios, mercantiles, etc. Pero eso sí siempre debe primar el deber de que esos seres humanos que conforman estos países tenga la prioridad por sobre cualquier relación mercantilista; tengan prioridad como personas por sobre toda forma de capital. Solo la integración nos permitirá alcanzar puntos de equilibrio, de fuerza, campos de negociación con otros países o grupos en el mundo. Y Suramérica tiene todos los elementos para posicionarse en el planeta como corresponde.
Con un primer fin que es combatir los males nacionales y que ahora son transnacionales: tráfico de personas, extrema pobreza, miseria, exclusión, violencia a todo nivel, etc.
Y, así combatir a uno de esos mayores males estructurales la irracional, pésima, redistribución de la riqueza. Hoy más que nunca la integración no puede estar al vaivén de ciertos gobiernos. Por principio la unidad de las diversidades; la unidad de los diferentes es alcanzar estados superiores de articulación. Por eso los gobiernos que obstruyan la integración integral deben ser denunciados por sus pueblos y por los demás pueblos. América Latina está acercándose a un punto de quiebre en su modelo tradicional de relaciones internacionales, bilaterales, multilaterales. La Unasur, la Celac, tienen grandes tareas que pensar, reflexionar profesionalmente, con fundamentos científicos de toda la naturaleza constituyente de América Latina.
Es necesaria una actualización de cómo somos, de quiénes somos y que dé cuenta de lo que la gente dice, piensa, manifiesta, desea como unidad. Estos fines son vitales para que la burocracia de los entes integradores no ponga ni los fines ni el ritmo de la integración, por el contrario, sean quienes ejecuten las directrices que los gobiernos decidan. Y son estos gobiernos los que deben tener claridad meridiana para acelerar sistémicamente la integración. El socialismo por definición reclama la necesidad de estar juntos para luchar contra el capitalismo salvaje y defender la civilización; no lo olvidemos.