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Melania Mora Witt

Los condenados de la Tierra

23 de mayo de 2015

Tomo el título de esta columna, del más famoso y último  libro publicado por el siquiatra, escritor y luchador político martiniqués Frantz Fanon. En él, Fanon se dirigía a los desheredados de los países pobres, fundamentalmente del África. Sin embargo, su análisis es válido para todos los seres humanos que, desde variadas procedencias, desarrollan acciones desesperadas en procura de sobrevivir, sin encontrar otro resultado -en muchas ocasiones- que la muerte.

En estos días la prensa del mundo ha relievado la situación de migrantes, en su mayoría de la etnia rohingya, que parten desde Birmania, Myanmar o Bangladesh, hacia alguno de los países del golfo de Bengala, sin encontrar acogida en ninguno. Ello ha determinado que lleven más de dos meses embarcados en frágiles naves, sin alimentos, en un ambiente promiscuo y desesperado, que no conmueve a las autoridades de Indonesia o Malasia, países en los cuales tratan de encontrar refugio.

La etnia rohingya vive desde el siglo VIII en el norte de Birmania, en el estado de Rakhine. Su actual situación se deriva de una persecución, lindante con la limpieza étnica, desarrollada por la Junta Militar birmana que desde 1948 ha desatado una inhumana campaña en su contra. Los conflictos se agudizaron desde 2012,  entre las confesiones religiosas  budista y musulmana, lo que dio la excusa al Gobierno para recluir a 140 mil en campos de concentración, en donde viven en condiciones infrahumanas y en las que solo cuentan con el auxilio del Programa Mundial de Alimentos.

Como en otras ocasiones, el presidente Rafael Correa, desde nuestro pequeño Ecuador y en actitud que lo honra, ha lanzado una dura acusación contra la indiferencia mundial frente a la tragedia de seres humanos que, como en la leyenda del holandés errante, no pueden atracar en ningún puerto. Denunció el hecho inaudito de que cerca de seis mil personas estén a la deriva, frente a la que calificó como “locura del mundo”, puntualizando como causa del éxodo “la mala distribución del ingreso mundial y la falta de condiciones adecuadas de vida” que se derivan de aquello.

Unasur ha propuesto la creación de una cadena mundial de solidaridad, conjuntamente con el bloque de países que integran la Celac, para brindar el apoyo necesario -que debería ser agenciado por la Cruz Roja Internacional-, desarrollando una cruzada humanitaria a favor de esos miles de desplazados de países y continentes, a fin de abrir espacios económicos y sociales en los que puedan vivir en condiciones dignas, junto a sus familias. Ello constituiría una afirmación del proceso de acercamiento y cooperación Sur-Sur, en el que ambos organismos están empeñados, y sería una lección para el mundo desarrollado que, teniendo los recursos para asistirlos, en actitud egoísta los ignora.

Posiblemente la respuesta a la barbarie desatada contra los más pobres de los pobres salga de la solidaridad fraterna de países como los latinoamericanos, que luchan por conseguir un nuevo orden mundial, más justo. (O)

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