No hay nada mejor que ver un árbol fuerte, sólido, de tallo recto, con fuertes raíces, pero también floreciendo a su alrededor con nuevo verdor y botando hojas; pues siempre se está renovando y de lo viejo, abona la tierra para alimentar lo nuevo. Eso quisiéramos en política, especialmente en la nacional, donde abundan árboles viejos, donde nada crece a su sombra.
Aludo al caudillismo, pero incluyo también a aquellas mentalidades y estructuras políticas que siguen ajenas a su entorno, donde los discursos sesgados no permiten un debate fresco, sino solo el recalcitrante viejo estilo de los dueños del partido; o el de las jerarquías que actúan como grupúsculo cerrado y poco democrático.
Nuevamente discutimos la conveniencia de convocar una consulta popular. Aquellos que antes hicieron consultas para legitimar incluso sus abusos y repetían con recalcitrante superioridad: “para criticar, gane una elección” -como si el cargo público otorgara impunidad a la corrupción y abuso de poderes-, ahora se oponen a consultar al país.
La madurez democrática cambiará, cuando se superen estas estructuras y visiones miopes. Hoy además se discute el incluir preguntas en la reducción del número de asambleístas y no en cómo mejorar la calidad de legisladores. Yo estoy a favor de ambas posibilidades.
El actual presidente necesita espacios de gobernabilidad en una época de crisis (permanente). ¿Cómo se puede anticipar desde los legisladores un voto de rechazo a una propuesta de ley, cuando ni siquiera la han recibido y peor debatido? Impera el prejuicio y no la razón. ¿Es eso lo que necesitan escuchar los desempleados, los agricultores, los emprendedores y los jóvenes que buscan oportunidades?
El país no solo debe exigir al Ejecutivo, sino a la Asamblea Nacional, autoproclamada como “el primer poder del Estado”. Y sí, debemos debatir si sus integrantes deben ser solo el reflejo de la población, cuando lo que debemos buscar es tener a la gente preparada y honesta legislando, que además cobra un sueldo pagado por todos.