Viajé desde Guayaquil a dar un curso de educación ejecutiva en una empresa muy importante de la bella provincia de Los Ríos. Qué agradable viaje en una excelente carretera, mucho de su trayecto es una autopista, que a pesar de los necesarios bypass, todavía atraviesa las conocidas poblaciones de Jujan, Babahoyo, Puebloviejo, Ventanas, todas bullendo de actividad comercial y Quevedo es una ciudad moderna y confortable. Pero no me voy a referir a esto, sino a una experiencia que me puso a reflexionar profundamente.
El chofer que me llevó a Quevedo aprovechó este viaje para visitar a su tío en un recinto cercano de la vía a El Empalme. Agricultor de ciclo corto, nació y se crió en el campo; y su finca, por muchos años, no tuvo electricidad, se alumbraban con candil y cocinaban con leña, el agua que consumían era de un pozo profundo y entraban y salían de este terreno por una guardarraya que tardaban una hora o más, dependiendo si era época de lodo o de polvo. Luego de nueve años de Revolución Ciudadana, tiene una supercarretera principal y una vía de ingreso asfaltada, disfruta de electricidad, usa cocina de inducción y televisión por cable, tiene un aljibe que acumula agua que bombea de un estero cercano y que la trata de acuerdo a las indicaciones de las brigadas de salud. Para él esto es el Buen Vivir y, por supuesto, es correísta hasta la médula de sus huesos.
Los seres humanos hemos evolucionado hasta una maravillosa adaptación de un ‘simulador cerebral’ con el cual podemos vivir experiencias en nuestra mente antes de que realmente las disfrutemos en la vida real. Para estos campesinos, la realidad actual de vida que narro era un sueño, ahora es una experiencia. Sin embargo, la sensación de felicidad superior va disminuyendo con el tiempo, pues los seres humanos nos acostumbramos fácilmente a la forma como disfrutamos de la felicidad, debido a algo que los investigadores llaman el ‘impacto de la desviación’ y es la razón por la cual nuestro simulador cerebral de bienestar, a veces, no trabaja bien. Por ejemplo: si nos preguntamos cuán feliz es una persona que se ganó la lotería u otra que se quedó parapléjica, la respuesta es muy obvia.
El que se ganó la lotería es mucho más feliz que el que está paralizado. Sin embargo, muy poco tiempo después, los dos están igualmente felices con su tipo de vida. Me pone perplejo la facilidad con la que la gente se adapta a situaciones de trauma (buenas o malas) después de un corto tiempo. Y es que la gente puede sintetizar la felicidad, lo cual significa que las personas tenemos un sistema de inmunización psicológica, que es un sistema de procesos cognitivos, largamente inconscientes, que nos permiten cambiar la visión que tenemos del mundo de tal manera que podamos sentirnos mejor en el mundo en el que realmente nos encontramos.
Pero a pesar de que podemos ‘fabricar’ la felicidad de esta manera, aun así pensamos que la felicidad es algo que debe ser encontrada. Y es que siempre pensamos que esta felicidad ‘sintética’ no es de la misma calidad que la felicidad ‘natural’. La hermosa muchacha que no acepta nuestra declaración de amor; con el tiempo elaboramos la excusa de que realmente no nos convenía para hacernos felices (felicidad sintética que es la que fabricamos cuando no conseguimos lo que anhelamos), pero en el fondo pensamos que pudo haber sido la mujer de nuestra vida (felicidad natural que es la que conseguimos cuando realmente queremos).
Todos tenemos la capacidad de sintetizar la felicidad, pero algunos lo hacen mejor que otros y de eso abusan ciertos torpes políticos, que ofrecen sueños y no realidades y nos fuerzan a que tengamos ‘libertad’ de tomar nuestras decisiones y de cambiar nuestra forma de pensar en busca de una felicidad natural que nunca se da. Por lo cual se hace difícil poder sintetizar nuestra felicidad. (O)
