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El Telégrafo
Orlando Pérez, Director de El Telégrafo

Lo más leído en la prensa municipalista es sobre TV

03 de enero de 2016 - 00:00

No deja de sorprender qué leen los ecuatorianos en la prensa escrita, en particular en esos diarios ‘municipalistas’ (por ese afán ahora de seguir al pie de la letra la agenda de los dos mayores cabildos del país). Un estudio en desarrollo y la difusión que hacen esos mismos periódicos (con gran bochinche) relevan de cualquier comentario: un 60% de las notas con centenas de miles de visitas en las páginas web son sobre farándula o personajes de la misma. Por ejemplo: la muerte (¿o asesinato?) de Sharon, el error monumental de María Fernanda Ríos y/o todo lo vinculado a los talk show para encontrar el ‘talento nacional’.

Es decir, ¿lo que más se lee es lo que la prensa escrita publica de lo que pasa en la televisión? Pues sí, volvemos a esa relación reveladora de una prensa que vive colgada del rating televisivo para hacer periodismo escrito y por lo tanto ‘educar’ a unas audiencias cuyas costumbres, usos y búsquedas parece no progresan.      

Tiempo atrás (cuando supuestamente reinaba la libertad de expresión y no había trabas de ninguna naturaleza) en los periódicos surgieron columnas de críticos de medios para revisar el modo de hacer periodismo en televisión, radio y prensa escrita. Y en general se revelaba y retrataba a unos medios cargados de banalidad, lugares comunes y esclavos del rating bajo la premisa de que los canales ponían lo que la gente pedía. ¿Cuánto ha cambiado eso? Lo único: al menos no hay más esas columnas en dichos periódicos (ya sabemos dónde está cada uno de esos críticos). ¿No les interesa? ¿Alguien se los impide? ¿En algún artículo de la Ley Orgánica de Comunicación se reprime la crítica a los medios en general? ¿Los periódicos ya no tienen interés en generar para sus lectores contenidos que superen la reproducción de esas taras de la comunicación?

Desde una mirada ortodoxa se podría decir que no les interesa porque, efectivamente, desean mantener y reproducir audiencias acríticas, faranduleras, concentradas en la frivolidad ad infinitum y con ello no romper el modelo, garantizar la articulación con el lado comercial del tema, porque en el fondo lo primordial es la rentabilidad. Es por eso que no se comprende, ni se asumirá el sentido de la comunicación o información, como servicio público.  

Pero no es solo eso, hay algo más elemental: ese es el modo más simple de brindar servicio a las audiencias para sostenerlas o diferenciarlas de esas otras que se han construido en estos tiempos, que miran vía internet cualquier otra cosa que no sea la programación de la televisión abierta, y leen mucho más que lo ofrecido por esos diarios ‘municipalistas’. Para no caer en autorreferencias (o elogios dirían esos ultracríticos) obviaremos los medios públicos porque ahí están las cifras, los temas y las preferencias. Sin embargo, bien vale la pena señalar que con su existencia el público se diversificó y ahora tiene otras ofertas para, por lo menos, comparar.

Los estudios de dos universidades señalan las virtudes y defectos de programación, contenidos y agendas de los medios públicos. Es más, podríamos decir que hoy más que nunca deberían desarrollarse estudios de caso en las universidades y facultades de comunicación para medir, abordar y reflexionar sobre el rol que cumplen los diarios municipalistas, los canales faranduleros y las emisoras generalistas en la construcción de nuevas audiencias, en el debate real y público de los verdaderos temas de interés nacional y, por supuesto, por qué desapareció la crítica de medios (a pesar de que en este diario público existe, pero parecería que no llamara la atención porque se anula su existencia al ignorar sus comentarios).

Desde otras miradas también se puede explicar que en general los ecuatorianos no leemos, que en promedio apenas terminamos un libro y pico al año. Siendo cierto también habría que pensar hasta qué punto hay responsabilidad de esos medios para sostener como contenidos de calidad lo que ahora destacan como lo más leído por sus audiencias. La exigencia de la Ley de Comunicación para contar con programas y/o contenidos de carácter intercultural se ha resuelto del modo más cómodo. Como no les gusta esa ley, efectivamente, la sortean con las mismas prácticas de antes, aunque gracias a la presión han tenido que, por lo menos, acudir a ‘expertos’ para producir alguno que otro contenido donde se destaquen los valores culturales de los pueblos ancestrales de Ecuador.

Convencidos de que estamos anclados en lo que Frederic Martel llama Cultura Mainstream, parecería que todo esto fuera normal, que así debería ser por siempre, porque, además, constituye una forma de estar en la economía global. Incluso, conscientes de que los lectores y televidentes ante todo son clientes y potenciales consumidores, no van a cambiar de dirección ni los periódicos reproduciendo la farándula televisiva ni los canales resignificando su programación para conectarse con los deseos, usos y necesidades de los nuevos lectores, mucho más críticos, alejados de los medios tradicionales, conectados de mil modos a un ciberespacio donde hay una supuesta sobreinformación.

De hecho, no sabemos hasta dónde estos medios que se declaran críticos del poder han entendido dónde está el verdadero poder de dominación ideológica, política, comercial y, por ende, cultural. Si por lo menos se obligaran a una mejor reflexión del verdadero sentido, concepto y definición de poder, más allá de sus fobias temporales, aquellos espacios de crítica de medios y los mismos críticos podrían reconfigurar su reflexión para, realmente, contribuir a una verdadera emancipación general.

Y es posible que no lo entiendan ni asuman porque forman parte de ese poder o, por lo menos, son sus esclavos. Y como parte de ese sistema de dominación tienen el deber de cooptar a los críticos para ponerlos a su servicio, al revés: ya no critican lo de fondo, lo trascendental y se someten (con buenos sueldos) a la estrategia de sostener un modelo cultural que se expresa en su mayor calidad en la programación televisiva comercial y en las notas ‘más leídas’ de los periódicos. Es triste ver cómo esos periodistas supuestamente críticos de todo poder se ven relegados a los últimos lugares del ranking creado por sus propios medios. Así comprueban también que por más esfuerzo que hagan por el proselitismo mediático, sus propias audiencias están en otro patín y esperando de esos medios más futilidad, farándula o chismografía. Ya ni siquiera es de interés de esos medios qué hay detrás del fenómeno llamado Sharon o María Fernanda Ríos.

Por eso se entiende que tampoco estén muy interesados en registrar la realidad de las ciudades de los alcaldes a los que alaban o ayudan para no generar criticidad con su obra o la ausencia de ella, la inexistencia absoluta de políticas públicas culturales en esas urbes o la simple existencia de debate crítico de las gestiones administrativas. Pero de todo eso callan, creen que Jaime Nebot o Mauricio Rodas no son parte de un poder o de una hegemonía política, económica y cultural. ¿O no saben esos medios ‘municipalistas’ a quiénes responden y se deben esos dos alcaldes?

Y al mismo tiempo ponderan la necesidad de que vuelvan los famosos entrevistadores de antaño para encumbrar el show mediático en las pantallas y retornar a esa época ‘dorada’ donde los Ortiz, los Vera o las Hinostroza creían que habían sentado escuela de periodismo, cuando en realidad habría que revisar las columnas críticas de hace una década para reproducirlas y encontrar que no ha pasado nada en esos personajes ni en las pantallas.

Claro, si algo le ha hecho daño al periodismo ecuatoriano es llenarlo de lugares comunes sobre el deber ser a partir del elogio a esas figuras, mientras en las facultades de comunicación no existe difusión de verdaderos estudios de caso para entender hasta dónde, efectivamente, hemos superado esa etapa de un oficio anclado a la figura, a la ligereza y al sonsonete de que se hace lo que la gente pide.

Este año, de alta intensidad electoral, veremos cómo se han comportado las audiencias y en diciembre tendremos de nuevo la misma sorpresa: la prensa y la televisión municipalista habrán girado en el mismo círculo. (O)   

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