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El Telégrafo
Alfredo Vera

Liderazgo (2)

03 de marzo de 2015

Son muchos más los casos de los líderes revolucionarios que perdieron lo más preciado del ser humano ¡su propia vida! en la lucha por conquistar los cambios que motivaron su presencia en la historia de un pueblo, que, al haber sido ignorado u olvidado o traicionado por quienes lo utilizaron como ejemplo para otros conglomerados, los que requirieron de luchas similares, a veces por la insurgencia, en busca de esos ansiados cambios de las estructuras sociales.

No existe ninguna métrica para valorar el mérito que alcance o no un conductor de un proceso de cambios revolucionarios, que no sea la de su propia capacidad y la de los potenciales beneficiarios, para juzgar si el movimiento en que están inmersos satisface la ilusiones de justicia social, equidad y solidaridad, que soñaron los que emprendieron el impulso transformador, poniendo toda su fe en la sed de justicia.

Porque es parte de una realidad manifiesta sobre de qué lugar es oriundo el personaje que surge hacia el liderazgo y es la situación  que se anhela transformar con una revolución social, como ha sucedido en otras latitudes y en otros o contemporáneos tiempos.

Seres humanos, con las mismas visiones, con los mismos anhelos y compromisos, con la misma voluntad de servir a su pueblo, emergen del anonimato para convertirse en la esperanza de sus congéneres, seguramente agobiados por las frustraciones de otras oportunidades y con la ilusión de que no se frustren los sueños de una verdadera revolución a mitad de camino, de este camino.

Cierto que los cambios no son hechura de un líder por mucha fuerza que le ponga, por mucha inteligencia que le aplique, por mucha sapiencia que posea: al final es un pueblo entero el que consigue los cambios en un proceso revolucionario, pero ese pueblo tiene uno o varios líderes que son los que marcan el paso para tratar de llegar a las metas que se impusieron cuando iniciaron su marcha.

Con el paso del tiempo, con el aglutinamiento de partidarios, con los cambios que se van logrando, a diferente intensidad, los procesos se acentúan, los tibios y oportunistas desertan, los adversarios se agrupan y los obstáculos reverdecen: entonces es cuando aparecen las necesidades de tomar decisiones que marcan la diferencia por la complejidad de los escollos que obstaculizan el camino y en apariencia nadie sabe cuál es la verdadera opción positiva: ¿quién acierta?; ¿quién se equivoca?

Entonces es cuando se perfila el o los potenciales líderes.

No solo por una o varias decisiones acertadas, es más bien por la continuidad evidente de sus condiciones que los convierten en personas especiales, de virtudes humanas destacadas, ejemplares, con méritos excepcionales y permanentes: tienen el mérito no solo de convencer sino de vencer.

Pero si se equivocan, entonces es cuando muchas veces los errores se pagan a precios inconmensurables: lo malo es que la convicción de que se acertó o se erró aparece mucho tiempo más tarde, cuando ya es demasiado tarde.

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