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El Telégrafo
Alfredo Vera

Liderazgo

08 de abril de 2014

La historia está preñada de negativos ejemplos de la ausencia, forzada o natural, de líderes excepcionales que habrían cambiado la realidad de estas sociedades, pero que fueron frustrados e impedidos de seguir por varias causas, desde los asesinatos de líderes como Eloy Alfaro, Jorge Eliécer Gaitán, Salvador Allende, ‘Che’ Guevara, Francisco Caamaño, Camilo Torres, o de quienes no pudieron seguir como Jacobo Árbenz, Fidel Castro, Néstor Kirchner, Hugo Chávez, Eva y Domingo Perón, Rodrigo Borja, entre otros, que dejaron truncos los cambios sociales, productivos, culturales, que habrían transformado mejor nuestra Patria Grande.

Los líderes nacen y se hacen: con los ejemplos anteriores podemos avizorar una gran variedad de conductores sociales que se destacaron por sus virtudes y voluntad de conducir a los pueblos por caminos de superación y no pudieron, o fuerzas perversas antagónicas no los dejaron avanzar.

Los que llegaron al poder en sus países recibieron un gigantesco respaldo popular y es obvio que fortalecieron el concepto tan manoseado y deformado de democracia.

Y no siempre fueron sucedidos o reemplazados por elementos de similar ímpetu o voluntad de justicia y adelanto para sus pueblos, que machacaron en varios períodos de retroceso, de dictaduras, de inoperancia, de marginalidad.

Los verdaderos líderes receptan las ansiedades de las comunidades y tratan de satisfacerlas, y como ello no es posible siempre a la velocidad requerida, están en deuda que tratan de cumplir, pero inevitablemente están en déficit.

Y el sacrificio que hacen en lo personal, junto a sus familias, nunca es reconocido a plenitud mientras están en servicio público.

Lo más grave es que los méritos que les permiten llegar a ser líderes no son transferibles a nadie, por cercanos y leales que sean, por lo que nadie, ni ellos mismos, pueden transferir sus virtudes a terceros: o son ellos y no son otros.

Siendo esta la realidad, cuando surge un líder que es capaz de provocar cambios que levantan la esperanza de días mejores, mientras se acumulan las leyes que permiten sostener la democracia, hay que hacer lo imposible porque ese líder siga beneficiando a la sociedad.

Es lo que sucede con Rafael Correa frente a la posibilidad de una reelección inmediata, que deberíamos impulsar por los niveles de eficacia y eficiencia que ha alcanzado, como una necesidad histórica y revolucionaria demandada por el propio pueblo.

El fundamento esencial de la democracia es que el pueblo se manifieste en las urnas: el pueblo sabrá lo que decide.

Si la continuidad de un régimen se garantiza con una norma legal, la legitimidad la otorga el voto popular en las urnas: es un cambio innovador, es cierto, pero es el pueblo el que le da validez o no con una mayoría indiscutible expresada en las urnas.

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