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El Telégrafo
Roberto Follari (*)

Liberen a Assange

29 de agosto de 2014

Ya corresponde. Dos años en una embajada, impedido de salir por incumplimiento del país donde ella está ubicada (Inglaterra, en este caso). Empieza a competir con Haya de la Torre, con  Héctor Cámpora, con los casos más sonados de la historia mundial. Claro que en esos casos anteriores los impedimentos eran puestos por gobiernos autoritarios o dictaduras, esta vez estamos ante una vetusta monarquía que se pretende democrática, pero desconoce la legalidad internacional cuando a ella no le conviene (el caso de Malvinas es otro flagrante ejemplo).

Claro que la orden contra Assange viene desde Estados Unidos, país cuyos dirigentes no siempre quieren cumplir con la legalidad. No se trata solamente de no firmar el protocolo ambiental de Kioto, por ejemplo: se trata de haber apoyado a Noriega, para luego defenestrarlo y voltearlo. De haber instigado a Saddam Hussein contra Irán aliándose con el iraquí, para después invadir su país, derrocarlo y matarlo. De aliarse con la familia Bin Laden para negocios petroleros y luego hallar allí al peor enemigo, que finalmente no fue juzgado sino directamente ‘ajusticiado’. Se trató de ir en Afganistán con los mujaidines contra los soviéticos, y luego de atacar a los mujaidines mismos, hoy incluso con drones que liquidan civiles. También EE.UU. va ahora contra los yihadistas islámicos de origen sunita en Irak (pues estos atacan al gobierno pro imperial de ese país), cuando son los mismos que ellos armaron y abastecieron del otro lado de la frontera contra el Gobierno sirio, y por ello eran entonces considerados ‘combatientes de la libertad’.

Hoy se convirtieron en ‘bandidos salvajes’, pero son los mismos. Y podríamos seguir con el modo en que ahora la Irán chiíta dejó de ser enemiga, o con el ‘misterio’ del derribo al avión malayo, que sirvió para justificar la ofensiva militar contra los separatistas ucranianos, entre otras muchas muestras de que en pro de intereses invariables puede cambiarse todo el tiempo de estrategia y de alianzas, y donde se advierte que los bordes entre lo propio y lo adversario, lo legal y lo prohibido, son permanentemente subvertidos en favor de la asunción de que todo vale si es en favor de los intereses de la gran potencia, sin limitaciones de espacio geográfico ni de tipo de enfrentamiento (cultural, militar, económico, diplomático). Vale a menudo forjar monstruos y después dedicarse a crear severos conflictos internacionales para destruirlos, por fuera y por encima de cualquier legalidad, ya sea internacional o la de otros países soberanos.

Desde esa tesitura, según la cual la ley vale solamente cuando conviene, es difícil que haya intención de dar el salvoconducto a Assange. Otorgarlo es lo que corresponde, en términos de legalidad, así como en los de legitimidad: nadie cree seriamente en la historia de faldas que motivaría su extradición a Suecia. Pero tan poco respeto por la ley mostrado por EE.UU. en diversas ocasiones ante situaciones decisivas deja poca esperanza: alguien que se atrevió a hacer públicos parte de los hilos secretos de la verdad de la época debe ser castigado, como ejemplo para posterior disciplinamiento de cualesquier otro que pretendiera emularlo.

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