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El Telégrafo
Aníbal Fernando Bonilla

Lejanía del verso perdurable

16 de diciembre de 2014

El abismo de la palabra -entretejida de miedos y soles- sujeta a variadas interpretaciones. Las puertas que se abren entre la inclemencia y el hastío. Los signos de interrogación sin respuestas definitivas. La mano extendida en la perspectiva de rescatar la esperanza. La búsqueda de la otredad en los espejos. El inevitable devenir de los sueños detenidos en el umbral del mar. La aproximación del vacío en los ojos diminutos de la noche. La inclemencia a borbotones. La lontananza como preludio de un nuevo ocaso. Las miradas retenidas en los escondrijos y las dudas. La gota esparcida en el pavimento. La sensación de la quietud al final del túnel.

La nostalgia a flor de labios. La sonrisa que se cuela en el preámbulo del verano. Los abrazos que atestiguan las horas mudas y remotas. La descripción del cielo en el fulgor del mañana. El beso marchito ante la fragilidad del amor. Los afectos suspendidos a la vera del camino. El sonido de la lluvia en la sórdida habitación. Las paredes que envejecen inexorablemente ante la impavidez del huésped. El adiós en la decisión agónica del amante. Las ideas que navegan en las aguas movedizas. Las lecturas y los homenajes a los gestores de textos sempiternos. La creación como mecanismo de aliento y pesadumbre.

La poesía como causa insondable del ser en el laberíntico parpadeo de la vida. La huella que no entiende de lejanías y vericuetos interminables. Como expuso Juan Gelman: “A este oficio me obligan los dolores ajenos,/ las lágrimas, los pañuelos saludadores,/ las promesas en medio del otoño o del fuego,/ los besos del encuentro, los besos del adiós,/ todo me obliga a trabajar con las palabras, con la sangre”.

Lejos todavía (Vinciguerra, Buenos Aires, 2014), de Andrea Fontán, es su respuesta lírica en vientos contemporáneos de tragedia y desidia humana. Es su autoflagelación con el verso, del cual sale indemne (para bien de los lectores/as), pese a las lastimaduras que deja el látigo poético.

“Y el cielo tiembla/ de caricias de viento/ de tiernas sincronías/ capaces de apagar/ por un instante/ el murmullo de todos los miedos/ del mundo”, sentencia Fontán desde su luminosidad interna.

Lejos todavía está estructurado por tres partes, que incluyen, a más del título de esta obra, Leve y Detrás de las palabras.

La poeta reproduce sus monstruos internos: “Yo/ intento descifrar el revés de sus máscaras/ pero son infinitas/ viven agazapadas como muñecas rusas/ Saben cómo/ protegerse de mí/ y de mis tretas// Por momentos/ los quiero/ y hasta podría extrañarlos/ si un día/ al despertar/ dejaran de habitarme”.

Andrea Fontán pierde sus temores y nos revela ese oficio de “dolores ajenos” -según el criterio de Gelman- en donde busca de manera penetrante “…una palabra/ capaz/ de contener los colores del mundo//…que consiga traducir las soledades de la madrugada//…que encienda el trazo de la vida”. Salud por ello.

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