Quisiera advertirle de antemano, estimado lector, que el cannabis o marihuana es una droga altamente… satanizada. Y, ¿esperaba que dijera “destructiva”? También puede serlo, así como cualquier otro fármaco incluso legal, si se consume tiránicamente.
Al asomo de nuevos debates en el Ecuador sobre su legalización, aún se percibe -como en otros temas relacionados a la libertad de los ciudadanos de hacer con su vida, cuerpo y dinero lo que se les plazca- el dogma tiránico, ignorante, que vive solo de la experiencia y no del conocimiento.
Cada vez que se insiste en la prohibición de algo se coartan libertades y nos suponen a nosotros como una sociedad boba. Negar los cambios (a cargo de los enemigos del conocimiento y la libertad), es negar el desarrollo y la apertura a nuevos saberes acerca de la vida y negarles la vida que desean vivir los otros.
¿Se niega por un asunto de control? ¿Por aspectos económicos? ¿Ya vimos cuánto pierde el Estado en la lucha contra la marihuana? ¿Se prohíbe por miedo? El miedo por definición es lo contrario a la salud y es contradictorio que, si estamos tratando un tema de “salud pública”, las políticas estén basadas en el miedo, al menos, a lo desconocido como en los siglos de oscuridad.
Lo importante es salir de la visión oscurantista que arropa a las drogas, surcando vías para el conocimiento siempre en función de la libertad y nunca de la prohibición, persecución y patologización por el uso de fármacos.
Imaginemos en esta época de austeridad los beneficios económicos que traería consigo la legalización del cannabis.
Además de entrar al reconocimiento mundial como uno de los países que reivindica la libertad de los sujetos y vela por sus derechos, en un tema que es cuestión de tiempo que se concrete en otras naciones.
Imaginemos al nuestro, como un país donde una mujer pueda decidir sobre su cuerpo; donde si alguien quiere gastar su dinero en un casino, lo haga; donde se pueda cultivar la medicina propia en el huerto de la casa sin ir preso. (O)
