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El Telégrafo
Antonio Quezada Pavón

Laudato si

25 de junio de 2015 - 00:00

Alabado seas es la encíclica del papa Francisco que fue divulgada el jueves pasado y ya generó polémica en círculos conservadores que cuestionan sus argumentos sobre el cambio climático. El Pontífice expuso su pensamiento teológico, científico y moral para desarrollar estrategias sobre lo que sucede en el ecosistema y que considera son urgentes e imperiosas.

Francisco describe el continuo daño a la naturaleza como “una pequeña señal de la crisis ética, cultural y espiritual de la modernidad” y precisamente porque el daño ecológico es solamente un leve reflejo de la descomposición consumista, dice que la solución requerirá un alto grado de sacrificio y lo que llamó “audaz revolución cultural” en todo el mundo. Es una encíclica histórica, pues es la primera vez que un Papa dedica esta carta documento de 190 páginas a todo el orbe sobre el tema de la protección medioambiental.

Los puntos más destacados no son una novedad, sin embargo, viniendo de una autoridad de reconocido prestigio internacional, tienen una connotación de denuncia y reproche a la mojigatería, complicidad y alcahuetería con la cual se trata este tema.

Francisco nos dice que el calentamiento global es real, pues “hay un consenso científico sólido” de que se trata de un fenómeno innegable. Ya existe sequía y mala agricultura que nos llevará a la extinción acelerada de muchas especies. Pero además esta situación es principalmente el resultado de la actividad humana y sostiene que el “consumismo inmoral” ha llevado a la sociedad a un comportamiento que permite la degradación continua del medio ambiente. Y advierte firmemente que “la tecnología basada en combustibles fósiles muy contaminantes (sobre todo carbón mineral, pero aun el petróleo y, en menos medida, el gas) necesita ser reemplazada progresivamente y sin demora”.

Pone el dedo en la llaga al decir que los países ricos tienen una “deuda ecológica” con los países pobres. Asegura Francisco que los países en desarrollo estamos a la merced de las naciones industrializadas que explotan sus recursos para alimentar su producción y consumo, una relación a la que califica de “estructuralmente perversa”. Y qué gratificante es leer que Su Santidad, como llamamos al líder de la Iglesia católica, rechaza el argumento de que solo a través del crecimiento económico se puede resolver el hambre, la pobreza y se puede recuperar el medio ambiente; filosofía a la que llama “un concepto mágico de mercado”. Urge a la creación de instituciones internacionales fuertes, pues se necesitan regulaciones gubernamentales que permitan frenar lo que ocasiona el calentamiento global, pero deben ser organizadas y eficientes con la potestad de sancionar a quienes incumplan las normas.

Y finalmente llama a la comunidad a hacer presión sobre los líderes políticos y a ofrecer sacrificio individual de tal forma que identifiquemos a “muchos de los que tienen más recursos y poder económico y político que parecen concentrarse, sobre todo, en enmascarar los problemas o en ocultar los síntomas, tratando solo de reducir algunos impactos negativos del cambio climático”. Y por supuesto, nos pide hacer pequeños cambios en nuestros hábitos diarios, incluyendo el “uso del transporte público, compartir viajes en auto, plantar árboles y apagar luces innecesarias”. (O)

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