Es difícil de advertir para quien está dentro de Ecuador. Porque se trata de un país que ha tomado enorme protagonismo internacional desde que Rafael Correa está en la Presidencia. Antes, era un Estado que muy rara vez aparecía en las noticias del resto de Latinoamérica: hoy es una presencia permanente. Y esto no sucede porque sí.
Latinobarómetro, una organización no ligada a gobiernos, acaba de certificar en nueva ocasión las mejoras habidas en los índices sociales ecuatorianos en los últimos años. Ha disminuido la pobreza, ha habido baja de los niveles de desigualdad. Hay, también, mayor confianza y apoyo a la democracia como sistema político.
Es de recordar la inestabilidad institucional permanente que asolaba al país hacia la década del noventa. Tiempos de presidentes constantemente modificados, tiempos de incertidumbre perenne, tiempos en que nada podía preverse sobre el futuro, pues los cambios repetidos de gobierno conllevaban modificaciones constantes de los planes y políticas económicas, con los consiguientes problemas de acomodación para todos los actores sociales, desde trabajadores a empresarios y exportadores.
Nada puede hacerse a largo plazo cuando la condición institucional es gelatinosa e imprevisible, de modo que allí fracasan los planes personales y familiares, las inversiones estratégicas, las expectativas y el ahorro. Ecuador sabe de esta situación, como lo saben también otros países de la región, Bolivia, por ejemplo, donde la vertiginosidad de los cambios gubernativos ha competido con la de Ecuador, solo que -en el caso boliviano- interrumpida más a menudo por diversos (casi siempre autoritarios) golpes de Estado.
Sin duda que la estabilidad política, si está ligada al goce democrático de las libertades básicas y a mejoras en las condiciones económicas y sociales, es un bien altamente valorable. Y esto se advierte en las respuestas dadas por la ciudadanía a Latinobarómetro, por las cuales se muestra que desde la presidencia de Correa se pasó de un altísimo índice previo de rechazo hacia el sistema político, a una aceptación de él, nada menos que por parte del 60% de la población del país. (O)
