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El Telégrafo
Orlando Pérez, Director de El Telégrafo

Las tres lecciones de los comicios brasileños para América Latina

30 de octubre de 2014

Una: La reforma política no espera plazos. Una sociedad con enormes desigualdades e inequidades no se puede gobernar bajo el supuesto consenso y la armonía democrática tradicional. Si no hay reformas de fondo (una constituyente es su máxima expresión), sobre todo en el campo político estructural, la correlación de fuerzas será siempre a favor de los poderes fácticos, las grandes corporaciones y el chantaje de los grupos de presión de todo tipo.

Por eso quizá lo ocurrido en Brasil es un síntoma y una alerta para toda la región: por más cambios, reformas y hasta constituyentes, lo de fondo es la política, el ejercicio pleno de la transformación desde la política para no desacelerar nada y, por el contrario, sostener el campo de la disputa a favor de revertir un orden económico, social y cultural de más de 500 años y con el mercado como el gran ordenador de todo.

Si Dilma Rousseff no provoca y convoca a una reforma política honda, su último período presidencial será de una administración tensa y complicada, sin beneficio de inventario.

Dos: La lucha contra la corrupción debe ser implacable y ejemplar. Más allá de toda la campaña mediática y de los protervos objetivos políticos, nadie puede soportar, aprobar o refrendar que en un gobierno revolucionario o de izquierda ocurran actos de corrupción. Eso, por principio, no cabe. Y, sobre todo, hay que mostrar la razón de ser de todo proyecto transformador: acabar con esas prácticas de ambición y lucro individual con los recursos públicos.

No se trata de sostener el poder por mucho tiempo para justificar ‘errores’ o ‘deslices’, peor para robos descarados o maniobras legales y hasta leguleyadas que a la larga justifican el enriquecimiento de un funcionario o un empresario favorecido con contratos públicos. Ahí no hay discusión: la corrupción se corta de raíz con hechos ejemplares y con procesos transparentes, porque si no, a la larga, se deteriora el espíritu del proyecto político, sin importar quién esté en el poder, ahora o mañana. En Brasil hay actos de corrupción y se investigan, pero faltan sanciones hasta de tipo simbólico para sentar otra conducta en la gestión administrativa del Estado.

Tres: La disputa es en el campo mediático. Lo hecho por la revista Veja y los demás medios del aparato de la derecha brasileña solo reproduce el modelo y la estrategia de todos los demás medios de América Latina opuestos a los gobiernos progresistas. Y, a pesar de ello, también es cierto que el Partido de los Trabajadores, Lula y Dilma no hicieron mucho en ese terreno para romper esa hegemonía política.

Es muy sintomático contar o no con una ley de comunicación ante la concentración de medios y su peso en la definición de la agenda política diaria y en la economía. Si hay o no,  es una expresión del tipo de proyecto para las sociedades actuales. Y, al mismo tiempo, cómo se maneja con ese poder enorme que es el aparato político de la derecha ya define a un gobierno.

No hay discusión alguna ahí, por más liberales o seudodemocráticos que se muestren, los medios de la SIP son el sostén de una ideología, de grupos y organizaciones conservadoras que defienden intereses empresariales. Por lo mismo, el Brasil de Dilma tiene ahí un reto político estratégico de largo aliento.

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