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El Telégrafo
Werner Vásquez Von Schoettler

Las democracias y el demócrata

17 de noviembre de 2014

Desde la caída del Muro de Berlín, el ideario neoliberal centró el debate de la democracia como el eje del comportamiento normal de cualquier sociedad que haya aprendido la lección: que eso de rebelarse, insubordinarse o subvertir el orden estaba terriblemente mal. Desde ese tiempo acá la categoría de democracia pasó por todas las manos posibles, pero siempre en el juego de recuperar el viejo ideario liberal, es decir, de regresar, de un renacimiento y hacer un tiempo de olvido las experiencias revolucionarias de los trabajadores.

Volver al viejo ideario era consolidar las viejas instituciones y sus valores centrados en las formalidades institucionales cerradas a oír a los actores sociales, económicos, políticos, que exigían cambios, pero sobre todo transformaciones sociales a todo nivel. De pronto, los medios de comunicación privados, incluso aquellos que fueron socios de los regímenes dictatoriales, fueron y aún se declaran los defensores de esa democracia. Pero lo que se encuentra es que en esa defensa hay una inversión de valores. Le han dado la vuelta a la misma para que quede sin contenido y pueda significar cualquier cosa. Primero el centro de la misma se ha puesto en una exclusividad de la representación.

Es decir, debe ser estrictamente representativa; no puede ser directa porque, si fuese así, no quedaría lugar para las mediaciones partidistas y las representaciones tradicionales oligárquicas. Segundo, la vieja democracia debe instituirse con las antiguas prácticas aristocráticas de la herencia y el patrimonio hacendatario para legitimar su heredad en un sentido de patria e independencia para pocos, pero excluyente para las mayorías. Tercero, debe haber grupos que se definan como progresistas que defiendan el principio, aunque el mismo carezca de contenido.

Por eso, muchos de esos progresistas se convierten en puristas de la democracia, desde luego la liberal, anunciando el principio y el fin de la misma según sus interpretaciones casi astrológicas de lo que le podría pasar al país si este elige otro tipo de democracia que no solo sea la representativa, por ejemplo, la participativa, radical, directa, comunitaria, etc. Esos demócratas que congelan en el tiempo a los actores políticos y los minorizan; y los ponen en una condición de concepción sin pecado.

Además, elaboran discursos en defensa de las ‘víctimas’ que se recrean a su buen antojo con lo cual participan, precisamente, de las formas de cosificar la democracia, es decir, tratarla como una cosa u objeto como que tuviese vida por sí misma; por fuera del mundo social de los seres humanos. Contra esa democracia de pocos, de las viejas costumbres, que reivindica el pasado de la opresión y sus actores como símbolos de la libertad hay que luchar.

Ese tradicionalismo demócrata se encubre con los discursos de la bondad, de la beneficencia, de que el pasado fue mejor, pero eso sí, reclaman que el presente les dé más beneficios. Ningún proceso de transformación es perfecto y es esa imperfección la que ayuda a corregir el camino continuamente hacia la democracia socialista.

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