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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

La voz del cerro Montecristi

26 de agosto de 2021

La semana pasada escribí sobre Afganistán, argumentando que su conflicto se relaciona con la mercancía ilegal de la “dormidera”. Nuestro país es comparable: Ecuador se ha vuelto centro del tráfico ilegal de estupefacientes, debido a que se sitúa en el área andina, lugar donde se produce la coca, que el capitalismo ha convertido en materia prima para la elaboración de drogas químicas que dañan la vida humana.

El gobierno del Ecuador acaba de declarar zona militar a los cerros San Isidro y Montecristi y dispuso la colocación de una antena en este último, para erradicar el narcotráfico. Las medidas se entienden, porque es necesario luchar contra toda actividad que menoscabe la vida humana, la enajene y destruya el futuro de miles de jóvenes del mundo. Sin embargo, para comprender este problema es necesario conocer la antropología e historia de pueblos atrapados en redes, a causa de un sistema mundial que impulsa el comercio de todo, pero va contra la sociedad.

Montecristi es un lugar único en el contexto de la historia nacional. Los conquistadores le temían y aseguraban que los demonios hablaban en su vientre. De acuerdo al padre Juan de Velasco, el sitio era centro de grandes peregrinaciones prehispánicas, que venían desde el Perú. La virgen de Monserrate fue estratégicamente colocada en las faldas del cerro y en el tiempo se convirtió en un referente de la fe popular cristiana.

Montecristi fue foco de coerción por parte de los regímenes del siglo XIX: incendios, combates y fusilamientos lo dejaban continuamente en ruinas. En Montecristi, nació Eloy Alfaro, un joven que contrarió la “oligarquía manabita”, para luchar por un proyecto internacional, guiado por los principios del liberalismo radical, por lo que se transformó en un referente latinoamericano.

El área del Montecristi se integra a las planicies del bosque tropical seco. Sus faldas han sido dañadas gravemente por las canteras y decenas de hectáreas de su entorno cercano fueron desbrozadas, para la construcción de la refinería del Pacífico.

El Montecristi es empinado y piramidal. Bellísimo. Tiene voz, la he oído. Su lenguaje es el del viento y su traje de brumas. Está rodeado de comunas históricas con enromes carencias, que merecen ser atendidas para que los ojos de sus habitantes puedan mirar nuevamente el horizonte. Desde el Montecristi se puede ver hasta la redondez de la Tierra.

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