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Carol Murillo Ruiz

La vieja astucia de los Barrabás

19 de septiembre de 2016

En tiempos electorales se afianzan conductas parecidas a la fe o la incredulidad total. En un país que ha pasado por tantas formas o remedos de gobierno –oligárquicos, dictatoriales, seudo democráticos, civiles aliados con militares, militares aliados con indígenas, entre otros.-, no es extraño que una nueva campaña vuelva a despertar en la gente aquello que la religión bien conoce y opera: la esperanza en que alguien, teóricamente superior, venga a resolver los espinosos problemas que cada sociedad tiene; sobre todo algunos –bastantes- que imploran solo milagros y no trabajo político y social.

El objetivo de provocar la turbación colectiva –en la cruzada electoral- va cortejado de múltiples maniobras que los expertos disponen en un mapa de probabilidades y posibilidades. Hoy estamos en la previa de tensar la capacidad de asombro y asco que la población puede llegar a tener sobre determinados temas: corrupción, violencia instaurada desde espacios de poder, tráfico de influencias y otros. La puesta en escena de tales escándalos, si se observa con cautela, es mostrada sin ambages y relatada con especial cobertura. Así, el lenguaje empleado para describir y calificar (los escándalos) se explaya y la imaginación e indignación de los mensajeros francamente se vuelve grotesca por su fingido decoro. Pero lo básico es causar revuelo, sembrar la duda en un buen porcentaje de personas y posicionar una sola idea: el gobierno es todo un bloque de corrupción, nadie se salva.

Si ayer se quería apiñar la maldad en el presidente Rafael Correa y hoy él no es candidato a nada, es obvio –dicen- que la atención hay que desplazarla y marcarla en cada uno de aquellos que forman parte de la revolución ciudadana (en cualquier espacio y responsabilidad). Esto no solo funciona para el calentamiento electoral a la ecuatoriana, esto es parte de la campaña regional por hacer aparecer a todos los gobiernos progresistas como corruptos desde la cabeza a los pies.

Por eso, el desplazamiento de la deshonestidad y el señalamiento de los posibles malhechores también es parte del guion semirreligioso de la culpa, de buscar al pecador y echarle piedras, de calmar la sed de moral de los feligreses que hallan en otro –el impenitente- una vía para limpiar los pecados del mundo. O sea se convierte en deporte nacional el morbo: se busca al culpable y cuando se lo encuentra adviene una extraña satisfacción: tomado el reo, el pecado paga. No es tanto una búsqueda de justicia, como se hace creer a quienes viven en el límite de Dios o la ausencia clerical, es, más bien, una variante, subjetiva hasta más no poder, del castigo social que una inasible masa expresa como vergüenza y desagravio público… ¿inducido por quienes encubren y consagran, tapándose la nariz, a un otro Barrabás?

No será la última vez que la cobardía -de alguna gente- direccione las emociones y decisiones de un colectivo adoctrinado en el miedo y la aversión de los pecados ajenos (tapando los propios), pero sí es la ocasión para demarcar un discurso que sin acudir a las bajezas de la nula racionalidad política, marque distancias a partir del genuino espíritu social de Correa y su gobierno. (O)

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