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El Telégrafo
Samuele Mazzolini

La urgente necesidad de un correísmo crítico

04 de marzo de 2014

Rafael Correa accedió a la Presidencia en 2007 aglutinando una serie de demandas populares ampliamente compartidas por la población, pero que hasta entonces se habían mantenido discursivamente dispersas. A diferencia de la izquierda clásica, las expresó con una terminología accesible, la fuerza de un carácter que despierta identificación en el ecuatoriano promedio y rescatando simbolismos que penetraron profundamente el inconsciente nacional.

De tal manera, Correa logró que varios elementos ideológicos se fusionasen en una estrategia homogénea tal que cada uno de ellos se convirtiese en un sinónimo del otro. La lucha al neoliberalismo empezó a cobrar un valor equivalente a los esfuerzos por la liberación femenina, a las reivindicaciones ambientales, a la necesidad de carreteras mejores, a las campañas para el reconocimiento de la diversidad sexual, a las luchas indígenas, etc. Así, una nueva idea de pueblo se forjó en oposición a la partidocracia, a los banqueros, a los de siempre.

Las últimas elecciones nos enseñan que esta equivalencia se puede fácilmente romper. Este no es un análisis electoral, sin embargo. Es un llamado de atención que aprovecha del ambiente reflexivo desatado por la primera materialización de que nada es para siempre. Entre los factores de la derrota, me urge la ingrata tarea de sugerir que el manejo político nacional de los últimos 12 meses podría en parte explicar la desafección de las zonas urbanas. Pero incluso más allá de lo electoral, ¿podemos repensar el correísmo como proyecto, recuperando su mística original?

Existen dos aspectos críticos que en el último año se han hecho notablemente más vistosos. El primero tiene que ver con los contenidos: algunas de las demandas populares se han progresivamente despegado de la equivalencia susodicha. El tema ambiental, con Yasuní, y el de género, con el aborto, encabezan la lista. Pero la toma de estas decisiones es igualmente problemática. Para nada consensuales, han traicionado el aspecto plural que caracterizó tan nítidamente la génesis de la Revolución Ciudadana.

Esto nos permite pasar al segundo punto, el modus operandi. Aquí entran también el desprecio público a puntos de vista divergentes, el regreso de personajes de la vieja partidocracia, una cierta arrogancia del poder, Guevara y Bonil, la desesperación por perder, evidente en el último tramo de la campaña.

Esto no significa negar la importancia de los logros del correísmo en términos de igualdad socioeconómica, inversión en infraestructura, recuperación del rol del Estado. De manera más general, la salida del modelo neoliberal impide situarse políticamente por fuera de él. Por lo tanto, tampoco significa entrever algo prometedor en la oposición de izquierda, incapaz de entender el valor de lo nacional-popular, ensimismada en los particularismos y en la conquista de reducidos segmentos pequeño-burgueses de extracción urbana.

En fin, ¿es posible excavar una posición dentro del correísmo que intente mejorarlo a través de la crítica constructiva en vez de la boba adulación? Es menester pensar en una forma de procesar las diferencias internas impidiendo la supresión de las alternativas previamente al debate. Después de las fútiles rivalidades en la lucha por la vicepresidencia, la izquierda de gobierno debería reconsiderar su forma de acercamiento al Presidente. ¡Menos temor! Su tarea es, in primis, devolver al debate y a la humildad la centralidad en este proceso político.

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