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Gina Godoy

La trampa del techo de cristal

25 de mayo de 2015

Todas las mujeres somos fuertes, al final de la jornada es eso lo que cuenta. Y nuestra memoria de lucha está ahí para certificarlo. El machismo, los juzgamientos y hasta las hogueras a las que, decepcionantemente, hombres y mujeres (entre ellas artículos como los de Mónica Mancero) nos empujan, no importan, porque la lucha es todos los días.

Comprendería que desde la cátedra se mire a las mujeres que estamos en espacios políticos con distancia. Que seamos objeto de duras críticas, pues es fácil juzgar desde terrenos distintos, sobre todo cuando se habla sin ser activamente partícipe de los espacios en los que se generan los cambios. Pero de ahí a juzgarnos con la peor de las miradas, casi como un eco de posturas machistas contra quienes ejercemos la política en defensa de las mujeres, sencillamente es algo que no tolero. Y lo menciono porque es indignante que desde la mirada de mujeres feministas y catedráticas, se someta toda la atención a un solo hecho, deslegitimando ‘de una sola barrida de pluma’ los logros que se han obtenido en los últimos años, en tiempos de #RC.

Es intolerable que el alboroto de un ‘tuit’ descontextualizado hablando de sumisión pueda más que nuestro propio ‘poder de mujeres’. Jamás podría reconocerme sumisa, menos deslegitimar aquellas luchas que hoy nos permiten estar en este espacio, sin embargo hago notar un detalle: se omite el contexto en el que se utiliza la palabra ‘sumisa’ con un claro intento por causar daño. “Seré sumisa” se utilizó de manera confrontativa frente a las críticas recibidas respecto a la forma en que Alianza PAIS reeligió a sus autoridades.

Este intento de causar daño nos ha hecho olvidar que por primera vez en la historia ecuatoriana se logró tipificar la violencia contra la mujer y el femicidio y el reconocimiento de los derechos de las mujeres en distintas leyes.

Esto es el resultado de un debate promovido desde las organizaciones sociales y discutido por una bancada que forma parte de este proyecto político.

La participación política de las mujeres no ha sido gratuita. Reconozco que una de las trampas que debemos enfrentar es que tener representación femenina en cualquier espacio político no significa necesariamente tener representación feminista. Sin embargo, las que sí lo somos, seguimos ideando estrategias de lucha con tenacidad y convicción desde los espacios en los que nos encontramos. Por eso miro con decepción cómo nosotras mismas nos agredimos y somos violentas (incluso con el lenguaje, que es la forma más machista de esa violencia que Mancero dice cuestionar). 

Solo se observan los intereses de turno, cayendo nuevamente en las trampas de un sistema patriarcal que nos divide, que impide apoyarnos, y en el que aún tenemos que lograr espacios de negociación, escoger batallas, poner en el debate temas naturalizados como la violencia y el trabajo doméstico.

Está claro que las futuras generaciones y la historia juzgarán a quienes hoy somos parte del gobierno y a quienes son parte de la oposición. Esas mismas generaciones también tendrán que analizar al Ecuador antes del 2006, el que vivió un doloroso proceso de dolarización, migración económica y pobreza galopante. Que las futuras generaciones juzguen, se enteren y les dejemos un escenario donde las estrategias sean las naturalizadas por hombres y mujeres, no por la violencia. Pero mientras tanto, no lancemos piedras si tenemos techo de cristal, porque esa puede ser la peor de las trampas, sobre todo entre nosotras. (O)

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