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En el país, la combinación de la caída del precio del petróleo, la erupción del volcán Cotopaxi y eventualmente del Tungurahua y la posibilidad de un fenómeno El Niño más fuerte de los últimos sesenta años está provocando un estancamiento de la economía y recortes sustanciales en el gasto público que afecta directamente a la gente más pobre. Esto ha sido calificado como la tormenta perfecta, en la cual caen los ingresos, suben los precios, se recortan los servicios públicos y los beneficios sociales, se paraliza la construcción de vivienda popular y se vuelven muy débiles los derechos laborales.
Ecuador ha tenido un exitoso y continuo crecimiento en la pasada década, pero aun así, mucha gente vive en la pobreza, pues parece que la prosperidad no ha sido compartida. Todavía hay notoria desigualdad y el riesgo de ser o nacer pobre no es una posibilidad igualitaria en nuestra sociedad. Las mayorías indígenas y mestizas viven en invasiones y muy pobres desarrollos habitacionales comparados con la minoría blanca o criolla; las mujeres tienen mayor peligro de caer en la pobreza que los hombres y aún geográficamente hay marcadas desigualdades entre las diferentes zonas de nuestro país.
Desde 2012, la Dra. Sara Wong, PhD docente e investigadora de la Espae-Espol en su ‘Análisis exploratorio de pobreza multidimensional en Ecuador’ nos dice que “de los 25 indicadores, sobresalen ciertas variables de carencias que caracterizan a los pobres: características precarias de la vivienda y hacinamiento, falta de acceso a servicios básicos (agua, electricidad, recolección de basura, eliminación de excretas) y comunicaciones (telefonía), mujeres atendiéndose a sí mismas en el parto, analfabetismo, no acceso a consulta médica durante enfermedades, pobre seguridad alimentaria (por acceso a alimentos) y falta de acceso a activos básicos del hogar (como cocina y refrigeradora)”, es decir, los pobres tienen obviamente menos ingresos, limitada propiedad de bienes durables y peor a activos productivos; y es un asunto de vida o muerte, pues las prematuras defunciones son causadas por desigualdades en los servicios de salud y medicinas. Y lo peor es que el pobre tiene que encarar estigma y prejuicio por la falta de reconocimiento por su contribución positiva, pero no financiera que hace a la sociedad.
La economía y la sociedad ecuatorianas, en la forma que existen actualmente, no lucen sostenibles. Es imprescindible mucha inversión para proteger a los millones de pobres y otros tantos que son vulnerables. El Gobierno puede y debe proteger a la gente pobre y ayudar a la recuperación de la economía en el corto plazo; y al mismo tiempo definir el rumbo del país que queremos tener hacia una sostenibilidad económica, social y del medio ambiente en el largo plazo. Se necesitan decisiones políticas, nuevas y simples, que devuelvan la tranquilidad y la confianza en nuestro entorno. Hay que proteger el ingreso de los que menos ganan y que son más afectados por los incrementos en el costo de la vida. Pensemos tal vez en mejorar nuestra productividad. (O)