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En el anterior artículo me referí al vertiginoso impulso experimentado por la técnica agrícola. Para el aprovechamiento de los recursos naturales renovables (RNR).
Los seres vivos para su sobrevivencia se adaptan a la oferta de la naturaleza. El hombre con igual objetivo la transforma con su inventiva.
Este desarrollo tecnológico alcanzó una notable celeridad a inicios del siglo pasado, durante la llamada Revolución Industrial, en la cual, mediante la utilización de los combustibles fósiles como energía en la maquinaria de sus industrias y en el aumento de la velocidad y capacidad de los transportes de materia prima, propiciaron la multiplicación de su producción consolidando la economía de los llamados países del primer mundo a costa de la depredación de los recursos no renovables (RNR) y el consumo excesivo del petróleo y derivados. Estos peligros anunciados se han ido presentando. El aumento de la temperatura ambiental ha comprometido la estabilidad climática de toda la Tierra provocando pérdidas cuantiosas, el crecimiento exponencial de la población humana y el agotamiento de los RNR fueron advertidos por la comunidad científica mundial calificando como nefastas sus consecuencias, anunciando la posibilidad de hambrunas en los países del tercer mundo.
Paradójicamente el mayor número de estos países pobres están localizados en la franja tropical del planeta considerada como la última despensa de recursos del planeta.
En lo que respecta a las hambrunas, la FAO informa que el número de personas en esta condición en el mundo para el período 2012-2014 se había reducido a 795 millones (216 millones menos que en 1990-92). Sin embargo, alrededor de un tercio de los alimentos producidos en la Tierra se desperdician o se pierden y casi 800 millones de personas siguen padeciendo hambre, a pesar de producirse lo suficiente para alimentar a toda la población mundial.
Esta constatación nos dice: “El mundo produce lo suficiente para alimentar a toda la población mundial de 7 mil millones de personas. Sin embargo, una de cada ocho personas en el planeta va a la cama con hambre cada noche”. Lo cual nos demuestra que el problema exige soluciones políticas de acuerdos entre países y claras disposiciones de gobernanza para la administración de los RNR.
Las soluciones propuestas por los países desarrollados para resolver esta calamidad no solo han sugerido erradas políticas de conservación de recursos, restringiendo su capacidad de desarrollo a los países del tercer mundo, sino que han centrado las soluciones en el aumento de la productividad mediante la aplicación de tecnologías de punta, lo cual, indudablemente, significa un apoyo indispensable, pero no han estado en capacidad de costear el financiamiento que exige la capacitación y la adquisición de los adelantos tecnológicos.
Les falta entender que el objetivo ecuménico -el cual debe responder el desarrollo tecnológico- es poner fin al hambre para lograr el mejoramiento de la calidad de vida de la humanidad, lo cual es responsabilidad de todos, como resaltó Ban Ki-moon, octavo secretario de la ONU. (O)