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El Telégrafo
Karla Morales

La ridícula idea del amor

23 de noviembre de 2014

Históricamente la mayoría de las composiciones artísticas, costumbres y tradiciones nos han inculcado un concepto trágico del amor: sólo las relaciones cargadas de drama y sufrimiento contienen sentimientos profundos y verdaderos. Así, desde Romeo y Julieta, pasando por Disney, hasta la vida de la vecina (cuyo marido después de un cambio religioso dejó de pegarle), parecen manifestaciones románticas dignas de imitar y continuar. Tal vez esta idea del amor resulte un detalle mínimo en las relaciones, pero es una nimiedad simbólica, y –como bien dice Trinidad Noguera- de símbolos y señales también se construye la realidad, y estos símbolos, que nos convencen de un amor aguantador, sentencian a la mujer –como “responsable” de la armonía familiar, por condición- a soportar, en busca de un amor romántico y de una historia de novela, permanentes situaciones de violencia. Y es que si la protagonista de ‘Cara Sucia’ sufrió tanto para ser feliz, así debe ser ¿no?

Ahora, la cosa se complica cuando ese amor aguantador está camuflado en ordenamientos jurídicos que podrían calificarse de románticos. Violentamente románticos. Si bien los abusos están penalizados, no están prohibidos socialmente. No digo que matar a una mujer “por amor” esté tolerado, sino que su falta de tipificación (muchos países aún no reconocen ni tipifican el feminicidio) guarda un grado de complicidad con el agresor. ¿Cómo se implementan políticas públicas sobre una situación invisible? ¿Sin estadísticas oficiales cómo se sostienen campañas que repudian la violencia intrafamiliar? Una realidad que no se ve, políticamente no existe.

El feminicidio en América evidencia la grave situación de los derechos de las mujeres y revela una realidad alarmante: hay mujeres asesinadas por ser mujeres y la violencia de género se incrementa. Las medidas correctivas y de prevención empleadas son insuficientes. Siendo la principal falencia, la falta de implementación de políticas pro mujer desde los estados y sus instituciones encuentra asidero en sociedades indiferentes. Pese a que el incremento de muertes de mujeres es directamente proporcional al incremento de grupos que rechazan la violencia de género, la concepción generalizada sobre el desangramiento femenino sigue siendo cavernaria: se justifica al agresor y responsabiliza a la víctima. Lo más alarmante: la misma víctima se asume culpable. Se responsabiliza de su dolor por aquella ridícula idea del amor.

Latinoamérica tiene la mayor tasa de feminicidio mundial. De acuerdo con la Secretaría General de las Naciones Unidas 2.645 mujeres fueron víctimas de feminicidio solo durante el 2011 y según un informe de la Comisión Interamericana de Mujeres (CIM) publicado en el 2012, las estadísticas de feminicidio son consideradas como  “niveles cercanos a los de pandemia”.

Lo inexplicable pasa cuando algunas novelas brasileras o las historias de mujeres independientes (emocionalmente independientes y autónomas) rompen los ratings y las taquillas en el cine. Es la más clara demostración que en la americana promedio conviven dos mujeres, como si tuviéramos una parte tóxica dentro de nosotras que muchas veces bloquea el sentido común, nos vuelve violentamente permisivas y nos transforma en verdugas de nuestro género. Así, usualmente las mujeres justifican los abusos sobre otra y hasta dicen comprender las reacciones dañinas perpetradas en su contra. Incluso las nuevas generaciones, que deberían arrastrar un lastre menos pesado de costumbres y tradiciones “románticas” reafirma la violencia de género. Condenan a otras mujeres con apelativos despectivos, que denigran su feminidad y libertad para vivirla como le dé la gana; y, toleran situaciones de abuso ellas mismas. Resulta absurdo que en el siglo en el que la mujer mayor desarrollo ha alcanzado sea el que registre altos casos de violencia desde el noviazgo.   

La ridícula idea del amor solo consigue con éxito que las mujeres ni sean libres ni sean iguales, por ende, forma una sociedad mayoritariamente tóxica y en permanente desangramiento.   

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