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El Telégrafo
Orlando Pérez, Director de El Telégrafo

La prensa privada se hizo municipal y espesa

09 de noviembre de 2014

Hay dos alcaldes muy cómodos con la prensa privada y comercial: cuando se sientan en los sets de radio y televisión se apoltronan. Es más, disfrutan tanto de prerrogativas durante sus entrevistas que tienen facilidades para leer un telepronter y engañar a las audiencias sobre su elocuencia, exhibiendo un manejo hábil en las pantallas y  un cálido regodeo con sus entrevistadores.               

Esos dos alcaldes han tenido, en estas últimas semanas, unos ‘problemitas’. El uno posó, muy orondo, en un monumento de un niño lustrabotas. El otro ha sido señalado por sus posibles vínculos con un político mexicano perseguido por la justicia, por su decreciente popularidad, por el cierre del centro infantil que auspiciaba, por las goteras en una obra que daba cabida a cinco mil personas y porque contrató a empresas privadas para hacer eventos con dinero público.  Bien podríamos decir (lo que no registra un sector de esa prensa privada y comercial) que son ‘gajes del oficio’ de autoridades con reconocimiento mediático que no reciben críticas ni están sujetos a ‘fiscalización’.    

¡A la larga qué importa! Esos dos alcaldes han dado muestras de tolerancia, respeto a la libertad de expresión, son magnánimos con aquellas empresas ‘vinculadas’ que ponen anuncios en los medios y cumplen a cabalidad con sus doctrinas y principios filosóficos (de hecho los dos fueron coidearios en un determinado momento de la historia política de nuestro país).     

En otras palabras son ‘estadistas’ municipales y no hay cómo dudar de su prestancia y solvencia política. Me atrevería a decir, incluso, que sobrellevan todos estos ‘problemitas’ sin despeinarse porque han logrado lo que otros mandatarios no han podido: tener a la prensa privada y comercial de su lado (¿sería ofensivo decir ‘a sus pies’?).

Un colega  y amigo que todavía labora en dicha prensa me contaba, a manera de confesión, que hay periodistas dentro de su medio, y de otros, que no atinan a comprender cómo algunas ideas y principios con respecto al ‘poder’ se elevaron a la categoría de dogma en las redacciones, lo que se evidencia con el veto a toda crítica, investigación o comentario sobre estos dos alcaldes a propósito de sus ‘problemitas’, exclusivamente destacados por la prensa pública y por determinados tuiteros y faceboockeros.    

Me lo dice también a modo de queja, entonces sugiero que use la figura de objeción de conciencia, un derecho ganado en la Ley Orgánica de Comunicación, y él responde, con cierta sorna y hasta impotencia, que eso no cuenta, que si lo hace se queda sin trabajo. Lo peor, sostiene, es que sería visto como traidor. “Imagínate, se me cerrarían las puertas en los demás medios, como ya ocurre con algunos otros colegas que optaron por ser críticos con el ejercicio editorial y profesional sobre temas vinculados a la gestión del gobierno, o como ya ocurrió con la administración municipal (quiteña) anterior”, manifiesta.

Lo de fondo: ¿por qué esa prensa no actúa en estos casos? ¿Qué le impide registrar, por lo menos, los hechos? ¿Hasta dónde se cambiaron los papeles y los poderes políticos dejaron de ser enemigos, sujetos de fiscalización y hasta de mofa y crítica? ¿Es posible revisar los titulares de hechos y casos sobre temas ligeramente parecidos sobre otras autoridades y compararlos con lo que ahora se publica sobre aquellos ‘problemitas’ de estos dos alcaldes?

Frontalmente hay que decirlo: eso habla muy mal de ese periodismo y sienta un pésimo precedente, pero sobre todo recupera lo que ya vivimos algunos años atrás: el gubernamentalismo con el que se expresaron ante otros mandatarios y alcaldes ha regresado. Añadiría: se han vuelto oficialistas, municipales, espesos, y no se sonrojan.   

En el proceso intenso de confrontación mediática que sufrió la elaboración y aprobación de la Ley de Comunicación hubo un show moralista y hasta religioso, principista y fundamentalista, alrededor de una sola idea que es la bandera de la SIP, Fundamedios, la UNP de Quito, la AEDEP, AER y Fenape: la prensa no se somete a ningún poder y sobre todo lucha por la verdad, la libertad de prensa y la libertad de expresión, por encima de cualquier consideración ideológica, partidista e institucional. ¿Y ahora?  

Por lo pronto la mayor decepción se la deben llevar las audiencias, que sienten que viven un fraude ideológico y político porque los ‘problemitas’ de esos dos alcaldes no son cualquier cosa, mucho menos si se los observa desde la supuesta polarización que vivimos. ¿Cómo les van a explicar a sus audiencias que no haya registro documental, cuando pasen los años, de estos asuntos de interés público?

Esa es la diferencia entre hablar y no hacer reales los principios y las doctrinas. Si esto no abre un debate del rol de la prensa en la democracia nacional, entonces todo lo dicho es un acto de fe que se desvanece en el primer soplido.

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