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El Telégrafo

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La palabra

11 de enero de 2014

La palabra, más allá de su concepción académica como sustantivo y como esencia del lenguaje y la comunicación humana, y como expresión del arte poético o narrativo, siempre tuvo, seguramente en todas las culturas, el significado de la veracidad y la honradez. Te doy mi palabra quería decir que se cumpliría lo ofrecido. Palabra de caballero significaba que la honraría cumpliéndola.

La palabra hablada como expresión de la verdad tiene un rol crucial en la vida familiar cotidiana. Los hijos deben saber que los padres dicen la verdad, pues será una decepción si lo que dicen no corresponde a la realidad. Y es crucial en el intercambio comunitario y cultural, porque cada uno tiene el prestigio y reconocimiento de decir o no la verdad.   En el plano social general, la gente, lamentablemente, sabe que los políticos ofrecen cuando esperan el apoyo y luego se olvidan de sus ofertas.

La palabra tiene que reflejar la realidad y la verdad para comunicar a cabalidad las ideas, conocimientos, afectos, sentimientos, propósitos. Como muestra de la veracidad, tanto hablada como escrita, es fruto de la vida familiar, de los valores de cada grupo cultural y, finalmente, de la educación ética de cada sociedad. Para mejorar la calidad de vida, para el Buen Vivir, es menester cultivar la palabra, y cumplirla, que se diga la verdad en los tres dominios, la vida cotidiana, la comunidad cultural, lo social, y que la diga incluso con alegría, con el sentido del buen humor, pues, como dice Iwasaki: “Mientras hay risa hay esperanza”.

El cumplimiento de la palabra en las ofertas electorales de algunos políticos ha hecho que la gente los respete y los siga. Estos pasarán a la historia. Pero hay otros que ofrecen solo para conseguir votos sabiendo que no  cumplirán, y a ellos, aunque tengan habilidad para engañar, la población los descubre y los olvida. Estos no pasan a la historia.

Hoy, que la palabra es colectiva y se ha tornado –como dice Morin– en la ‘cultura de masas’, recibe la enorme influencia de la ‘media’. En ese sentido la palabra, que también es poder, puede tornarse al servicio de los poderosos manteniendo la existencia de los subyugados. Por eso, el poder de la palabra debe estar al servicio de la gente, de su conciencia, de su anhelo por ver, leer y escuchar a sus líderes (como quiere hacerlo con sus artistas) para que las ‘masas’, políticamente preparadas, sean atraídas y sigan a aquellos líderes que hablan con verdades y cumplen son su palabra.

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