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El Telégrafo
Rodolfo Bueno

La lección de Mr. Capwell

21 de junio de 2016

Eduardo aprendió a nadar en el río Guayas. Un día se acercó con mucha cautela a sus orillas, quería contemplar el hermoso paisaje costeño, su frondosa vegetación con pintorescos ramajes de caña guadua y escuchar el agradable trinar de los pájaros. Inesperadamente, el lugar donde se hallaba se desmoronó y él se hundió en las aguas frescas del bello río; no sabía nadar. “Si no aprendes ahora, te friegas”, pensó asustado. Descubrió que aun en los momentos más desesperantes de la vida, en los que aparentemente todo está perdido, hay que conservar la calma y la cabeza fría.

Su tío Luis Elías había querido en vano enseñarle a nadar y para ello le llevaba al American Park, a una de las márgenes del Estero Salado. El solo hecho de ver ese brazo de mar le inspiraba tal terror que comenzaba a vociferar a grito pelado: “¡Abuelitaa...!”. No le importaba la afrenta de gritar cual chivo ahorcado ni que desconocidos hicieran chanza de su cobardía, únicamente exigía que lo alejaran del balneario lo más pronto posible.

A pesar de la fobia que sentía por el agua, en esta ocasión recordó las palabras de su tío: “La gente se ahoga por perder el aire de sus pulmones; si los mantuviese llenos, no se hundirían”, le decía mostrándole cómo él mismo flotaba como un corcho. Se acostaba boca arriba, su gran barriga le sobresalía de la superficie, y hacía gala de su habilidad de leer EL TELÉGRAFO sin mojarlo. Siguió su consejo, cerró la boca y apretó la nariz con los dedos para impedir que escapara el aire de sus pulmones. Poco a poco comenzó a reflotar, su cabeza salió fuera del agua y sintió que la corriente lo arrastraba lentamente a la ribera; al arribar se encaramó como pudo y agradeció a Dios el haberle salvado la vida.

Al cumplir quince años y luego de ganar una competencia colegial, se le acercó Abel Gilbert, la mayor gloria de la natación ecuatoriana, y le propuso: “Ven al Emelec, te voy a hacer campeón sudamericano”. Debió ser el mejor entrenador de natación porque en dos semanas lo libró del estilo jicotea y le enseñó a nadar libre. De  inmediato le tocó competir en la carrera de 400 metros en el campeonato de Emelec.

La piscina tenía cuatro andariveles, en el uno nadaba Adolfo Coronado, campeón nacional; en el otro, el ‘Pibe’ Chacón, marinero que acababa de ganar la competencia para cruzar el río Guayas; en el tercero nadaba él y en el cuarto, Spike Capwell, hijo de Mr. Capwell. Convencido de que a Coronado no le podía ganar, a lo largo de las 16 piscinas centró su atención en el ‘Pibe’. Llegó segundo por puesta de mano, a solo dos metros del campeón, y el orgullo le carcomía el ego. Vio acercarse a Mr. Capwell. “Viene a felicitarme”, pensó. “Maricón de mierda. ¿Por qué no ganaste?”, le gritó furibundo. Fue la mayor lección que recibió en su vida: Siempre que se compita, se debe intentar ganar; es harina de otro costal si se pierde en el intento.

El trabajo lo alejó de la natación por dos años, cuando retornó, compitió sin entrenar en 16 carreras, ganó quince y en una llegó segundo. Había aprendido la lección de Mr. Capwell. (O)

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