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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

La invención del Sur

15 de noviembre de 2015

Cuenta el jesuita José Acosta (1540-1600) que algunos pensadores griegos y romanos creían en la existencia de dos lugares posibles: el de arriba, cubierto por el cielo, y el de abajo, donde existía solo el fuego y la nada. Cuando al fin imaginaron la Tierra como esfera, dejaron sentado que había un lugar terrible situado después de las columnas de Hércules (localizadas cerca de Cádiz, España actual).

Aunque las culturas antiguas de Europa no dudaron en imaginar que todo lo que estuviera más allá era Zona Tórrida, tierra quemada dominada por un sol canicular y el viento ábrego, uno de ellos, Platón advirtió que en el otro mundo había un sitio templado, abundante y rico.

Cuando el padre José Acosta llegó al Nuevo Mundo a principios del siglo XVI verificó que lo que ahora llamamos América no era tierra quemada y quedó sorprendido del verdor y la templanza, advirtió que este era el lugar de la mitad del mundo y de ahí para abajo se encontraba la contradicción y residían los urus.

Según el padre Acosta, abajo, todo era tan alterado que hasta los sentidos operaban de manera distinta, porque se producían los fenómenos de los “repugnantes” y además las lluvias eran “mal sazonadas”, incluso convivía el frío y el calor. Era evidente, pues, que para la cultura occidental el mundo estaba claramente divido en dos: el de arriba, que era superior, y el de abajo, el del Sur, donde todo era anormal.

A diferencia de los ciclos económicos, las ideas perduran a veces siglos. La concepción de espacios virtuosos superiores y espacios caóticos e inferiores atravesó los tiempos y sirvió como instrumento para crear mapas e inventar la línea y espacio equinoccial, localizado en lo que se dieron en llamar ‘Tórridazona’.  

La Línea Equinoccial, trazo recto y arbitrario, sucesión de puntos marcados sobre la cartografía, convicción geográfica del siglo XVI, dividió la esfera en dos espacios tan distintos, que en efecto constituían dos mundos imposibles de concebir como uno solo bajo la idea de armonía.

El siglo XVI fue el momento de consagración de la ideología imperialista moderna. Nada más útil para los poderosos que el mapa dividido por una línea imaginaria, para construir el relato de los inferiores, quienes debían ser colonizados. Esta ideología ha hecho carne la idea de que por condición natural existen lugares escogidos por designio divino, para guiar al mundo por su condición superior, y por ello dominar cultural y económicamente a la periferia, casi siempre localizada al Sur.

Lo curioso es que, para los poderosos, subjetivamente el Norte se va haciendo más pequeño y cerrándose a unos pocos; y el Sur y la periferia van creciendo geográficamente, como lugar predestinado para la explotación de sus pueblos a efectos de saciar sobre todo al capital financiero de los especuladores de países como Alemania y EE.UU.  

Para esos imperios, Latinoamérica está en el Sur; presionan para empujar hacia abajo a países como Grecia y arrinconar a África, cuyos pueblos desafían la injusticia. Desde hace ya tiempo, Arjona entona la canción ‘Si el Norte fuera el Sur’, diciendo con ello que podemos voltear el mapa del mundo. (O)

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