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El Telégrafo
Rodolfo Bueno

La homosexualidad (III)

17 de mayo de 2016

Los griegos consideraban normal que un joven fuera amante de un adulto, que se ocupaba de su educación política, social, científica y moral, pero consideraban extraño que dos hombres adultos se amaran sexualmente. La relación entre Aquiles y Patroclo o entre Alejandro Magno y Hefestión las consideraron normales. Como creían que el hombre era más perfecto que la mujer, aceptaban que la unión entre dos hombres era superior a la heterosexual y que el placer solo podía darse en la relación íntima entre dos hombres.

Tácito y Suetonio consideraron la homosexualidad como un signo de degeneración moral e, incluso, de decadencia cívica. También era frecuente que un hombre penetrara a un esclavo o a un joven, mientras que lo contrario se consideraba inmundo. Con respecto a Julio César se dijo que era “el hombre de todas las mujeres y la mujer de todos los hombres”.

Durante la Inquisición se persiguió la homosexualidad y el homosexual que cometía este pecado, llamado nefando, era condenado a la hoguera. La Iglesia católica, a lo largo de toda la Edad Media, acusó de usar esta práctica sexual al que quería eliminar por razones políticas; la persecución de los templarios es un ejemplo de este método. Los nobles rara vez fueron acusados de este delito, tal vez sea la excepción el caso de Eduardo II, asesinado mediante la introducción de un chuzo al rojo vivo por el ano.

Ahora se sabe que quien tiene una orientación heterosexual puede ocasionalmente sentir deseos hacia personas del mismo sexo, del mismo modo que el homosexual puede sentir deseos hacia personas del sexo opuesto; también, que la represión, la homofobia y las posturas religiosas obligan al homosexual a esconder su orientación y fingir una heterosexualidad que no posee.

El doctor Joseph Nicolosi sostiene que si un homosexual oculta su homosexualidad, no es solo por la represión del medio, sino porque para él la homosexualidad es una condición de incompatibilidad, tanto con las bases sociales establecidas como con su particular sistema de valores morales, es decir, que según la educación recibida existe un conflicto entre lo que se es y lo que se debe ser; entonces, es importante distinguir entre comportamiento e identidad homosexual. En sociedades donde hay segregación por la actividad sexual, aunque el comportamiento de un individuo sea heterosexual puede por razones económicas tener relaciones homosexuales.

Existe el mito de que en las parejas un hombre adopta el rol de varón y otro el de mujer; el ‘varonil’ es considerado activo, mientras que el afeminado asume un papel pasivo. Este mito también se aplica a las lesbianas, una tendría facciones, músculos, actitud y ropas masculinas, y otra, más femenina. En realidad en esta viña mundana se da de todo, desde el activo que prefiere al afeminado, hasta el activo que le gusta el fortachón, pasando por todas las variantes que una rica imaginación pueda tener. La mayoría de las veces, ningún homosexual es exclusivamente activo o pasivo, la relación de pareja es dinámica y se modifica de acuerdo a las circunstancias. (O)

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