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El Telégrafo
Alfredo Vera

La guerra interminable

20 de octubre de 2015

La humanidad entera creyó que con la terminación de la II Guerra Mundial la especie humana iniciaba un periodo de paz de largo plazo, pues había sufrido todos los horrores conocidos que habían sacudido la conciencia de los gobernantes de las grandes potencias, las que consagrarían todos sus esfuerzos para conseguir que esa paz perdurara y todos sus esfuerzos se consagrarían a la lucha por el imperio de la justicia.

Esa ilusión se frustró cuando se pretendió corregir las diferencias a través de las armas y de los mecanismos bélicos al alcance de la mano, echando al tarro de basura la esperanza de vivir en un mundo idílico en que predominara el diálogo para subsanar las injusticias o las diferencias.

En todos los continentes se desataron procesos bélicos con miras a superar las controversias, para resolverlas por medio de la guerra que fue involucrando particularmente a las grandes potencias. Cuando no intervinieron solo las fuerzas armadas de cada estado, se utilizó el mecanismo de proveer armas de grueso calibre y de recursos financieros a las facciones antagónicas para contratar mercenarios con los que pudiesen los grupos insurrectos  combatir contra los gobiernos, obtener victorias e imponer sus condiciones de dominación, con independencia de que existan razones para justificar el uso de la violencia, como sucede en el Medio Oriente y el mundo árabe y africano.

Aprovechando la debilidad política de algunos gobiernos y fomentando las controversias naturales al interior de los países en crisis, se convirtió en el negocio más provechoso para los inescrupulosos vendedores de armas que hicieron suculentos negocios alimentando la continuidad de los conflictos donde se dan las grandes masacres y genocidios, implantando focos de guerras interminables en los que resulta imposible intentar un proceso de paz.

Sin que falten pretextos, directa o indirectamente, son las grandes potencias las que fomentan la destrucción de la paz y convierten a la beligerancia armada en el mecanismo para dirimir las controversias interminables.

Cuando concluyan las conversaciones de paz en Colombia y su resultado sea aprobado a través de un referéndum por el pueblo de ese país hermano y se cumplan los procesos concertados, nuestro continente latinoamericano se habrá convertido en un ejemplo universal digno de imitar.

Corresponde a los organismos de integración, la Unasur y la Celac; a los gobiernos y a los pueblos de la Patria Grande, defender esa conquista para orgullo de los habitantes de este sector del planeta.            

Para mantener esa victoria nos corresponde divulgar a las presentes y futuras generaciones esa privilegiada conquista que sirva de ejemplo digno de imitar para el resto de la humanidad. Los conflictos o divergencias al inferior de nuestros países deben subsanarse a través del diálogo fecundo y ejemplar. Esta conquista merece la contribución de todos los latinoamericanos: Debemos convertirnos en un espejo digno de conservar.

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