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El Telégrafo
José Velásquez

La Fiesta sin fiesta.

07 de diciembre de 2020 - 00:00

La pandemia ha enmascarado una escena repetida en los últimos años: Quito celebrando su fundación con timidez, apagada y hasta con un cierto sentimiento de culpa.

En mayo de 2011 la pregunta ocho de la consulta popular se refería a la prohibición de espectáculos que tengan como fin darle muerte a un animal. La ciudad votó a favor en medio del fervoroso aplauso de los líderes de turno que auspiciaron sin pudor su concepto de un mundo libre de barbarie. Y en julio de 2019 el no menos visionario alcalde Yunda dio por terminado el concurso de Reina de Quito por cosificar a la mujer.

No soy taurino y tampoco me gustan los reinados de belleza pero solo falta que prohíban el juego de 40 para terminar de castigar a una ciudad con membretes que no merece. Quito no es cruel por el hecho de haber vibrado con las corridas de toros, ni es machista ni superficial por elegir a una soberana para que trabaje voluntariamente por los más vulnerables. ¿Qué pasaría si esta ola moralista llega a Latacunga a clausurar a la Mama Negra bajo trasnochados argumentos de racismo? ¿O si algún líder ambientalista logra vetar los años viejos en Guayaquil por el humo del papel quemado?

Vivir en Ecuador no es fácil, ni barato. En un país plagado de malas noticias y de esfuerzos cotidianos por subir una cuesta interminable; es normal y saludable que los habitantes encuentren espacios de distención. Celebrar juntos una fecha en el calendario, el lugar donde se vive o un pedazo de la historia es parte de la construcción de la identidad colectiva. Recortar esos momentos de licencia social no hacen otra cosa que sumar a las frustraciones de las personas. No celebro el Carnaval, pero entiendo que la gente descargue sus presiones mojándose los unos a los otros o bailando hasta el amanecer.

Si la preocupación pasa por el excesivo consumo del alcohol y la violación de la ley, entonces hay que poner a trabajar al sistema y que se refuerce el control que financiamos con nuestros impuestos. Pero lo que vemos en Quito en los últimos años es a una ciudad desmotivada. Me pregunto si eso no apuntalará un círculo vicioso que siga eligiendo alcaldes ineficientes. El último líder que llegó al municipio fue Roque Sevilla hace 20 años. El resto ha sido de regular hacia abajo.

Mientras tanto la contaminación es alta, la congestión vehicular es superlativa, el desarrollo urbanístico vertical es totalmente abusivo, y los incendios forestales nos ganan la batalla todos los años. Ni hablar de la basura, el estado de las calles y el ornamento público. Es el cantón con mayor número de muertes de tránsito y la tasa de muertes violentas presenta un alza sostenida desde 2017. Mejorar la calidad de vida de los quiteños no pasa por imponer agendas moralistas personales ni gastar dinero en conciertos virtuales. Hay que prohibir menos y hacer más en busca de una urbe moderna e inclusiva, y con una estructura eficiente de servicios públicos que inspire a los quiteños a empujar un proyecto común. Lo que tenemos hoy es una población desganada y un alcalde deslucido que, en su pico de credibilidad, apenas logró uno de cada cinco votos. El camino de la represión sostenida y sin tregua tiene normalmente dos bifurcaciones: el descontrol súbito o la obediencia irracional. Ninguno es merecedor de nuestra Luz de América.

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