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El Telégrafo
Karla Morales

La esperanza, según Guillermo

01 de febrero de 2015 - 00:00

Estaba en la carretera a Putumayo, bajé de un bus y caminé doscientos metros hasta donde me esperaba Guillermo con su canoa. Embarcamos y navegamos veinticinco minutos por el río Aguarico, el tiempo necesario para descubrir que las nutrias ya no pasan por ahí y que tampoco hay peligro de que algún reptil me sorprenda. Se fueron. Esas aguas ya no son hogar y se convirtieron en canales de conducción de metales pesados.

Con experiencia (él) y desatino (yo) atamos la canoa a una piedra e iniciamos el ascenso a una pequeña colina que nos llevó hasta una casa en medio de la selva. La construcción no era prolija pero su diseño era notoriamente planeado en acople con la naturaleza, como pidiéndole espacio y permiso. Sentado en una roca estaba Aurelio, dueño de la casa, abuelo de Guillermo y uno de los últimos hacedores de lanzas del pueblo cofán. Mientras lo veía elaborar minuciosamente cada lanza me di cuenta de que no hablaba español sino a´ingae, lengua cofán. Guillermo nos hizo de traductor y así pude conocer que ahora no cazan, porque no hay animales, y construye lanzas para venderlas a cinco dólares a los turistas que Guillermo conoce e invita a su comunidad.

Era la invitada especial de una comunidad cofán que orgullosa mostraba sus tradiciones, contaba sus sueños y enseñaba felices su sistema de agua limpia que gracias a Trudy Styler, la esposa de Sting, líder de la banda The Police. Trudy, a través de su fundación, ha logrado que varias familias de la Amazonía tengan agua limpia. No fui invitada para hacer turismo, sino porque Guillermo quería hablarme de esperanza y espíritus invisibles.

Cuando uno conoce la Amazonía lo primero que descubre, tras el calor y la humedad, es que la selva está atravesada por tuberías y con nuevos habitantes vestidos con uniformes de tela jean. Van con sus camionetas por las carreteras y tienen cuentas de consumo en los pocos restaurantes de la zona. Se descubre también que los indígenas pronuncian perfectamente una palabra: convenio. Y es que eso es lo que suscriben las comunidades con las empresas dedicadas a la explotación de recursos. Estos convenios establecen derechos, obligaciones y las relaciones entre las poblaciones y la empresa; y constituyen la principal prueba documental de las grandes compañías para sostener su discurso de integración, consenso, participación y conocimiento con los nativos.

La comunidad de Guillermo se resiste a formar parte de este nuevo modelo de supervivencia. Al que muchas poblaciones han debido someterse por la falta de animales para cazar y la contaminación de sus tierras y aguas, es la única opción que encuentran para subsistir. Guillermo me dice que ellos, aunque saben que les va a costar un poco más, no quieren formar parte de esta matanza de la naturaleza. Conoce de otras comunidades que han desarrollado proyectos alejados del petróleo y la minería y que han logrado sobrevivir. Eso mismo quiere para los suyos.

Mientras me cuenta su plan de desarrollo comunitario dice que sueña con que los espíritus invisibles de la selva vuelvan. Él los sentía cuando era pequeño, pero –cuando el agua se volvió negra- decidieron irse. Los espíritus invisibles son los de cada árbol, animal y cosecha que tenían. A ellos se refiere cuando me habla de que la naturaleza está viva y que con la tierra tiene una conexión íntima.

Cuando la lluvia empezó, bajábamos uvas y guabas de los árboles, tomamos unas cuantas y nos sentamos a ver el terreno en donde quiere construir cabañas y brindar hospedaje. Planea tener listas tres en dos meses y visitar a otra comunidad que ya tuvo éxito con este modelo de desarrollo y aprender de ella. Está convencido de que las nutrias van a volver porque “llegará el día en que la gente de allá afuera entienda que el petróleo no hace falta”.

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