Publicidad

Ecuador, 29 de Julio de 2025
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
+593 98 777 7778
El Telégrafo
Ecuado TV
Pública FM
Ecuado TV
Pública FM

Publicidad

Juan Fernando Terán

Columnista invitado

La difunta imaginación económica y el pragmatismo en agonía

Columnista invitado
01 de noviembre de 2015

En el debate con el Presidente, sobraron los políticos y faltaron economistas. Esta podría ser la conclusión lacónica para quien se niegue a aceptar que la discusión macroeconómica puede asimilarse a un coloquio entre aficionados que discurre increpando a los futbolistas por lo que podrían haber hecho pero no hicieron. El evento duró demasiado y no ofreció ninguna cátedra.

De hecho, el rigor argumentativo estuvo ausente. Además de las confusiones elementales entre lo que es un ‘flujo’ y un ‘stock’, la relación entre ahorro, inversión, preferencia por la liquidez y suministro de dinero recibió un tratamiento paupérrimo. El recurrente cuestionamiento al gasto público impidió un diagnóstico exhaustivo de los factores estructurales adversos que inciden en las actividades productivas o en el funcionamiento de los mercados. No existió una caracterización adecuada de la coyuntura en ciernes. Los técnicos sin ideología hicieron ideología sin técnica.

Interpretándolo con benevolencia, no obstante, el debate sí permitió apreciar las tácticas utilizables para persuadir a la ciudadanía de la necesidad de un “cambio de modelo”. En 2016, exista o no exista crisis, las elites en oposición intentarán magnificar cualquier acción u omisión del Gobierno Nacional para que la población clame por el retorno de los ‘auténticos economistas’ que ‘sí saben’ y ‘si pueden’ manejar con austeridad al país. Y esto podría bastar para lograr apoyos y conformar estrategias políticas despreocupadas por sus consecuencias.

Aunque la audiencia no hubiese sobrepasado el medio millón de personas, el tratamiento mediático posterior del debate generó una suerte de ‘crónica roja’ de la política pública. Debido a ésta, la inevitable atribución antojadiza de ganadores y perdedores impidió e impide apreciar ‘dos ausencias’ en la dinámica de la oposición.

No ofrecieron ninguna alternativa pragmática. La necesidad de una reducción presupuestaria es una obviedad. Al margen de la repetición del credo doctrinario, los debatientes no lograron esbozar una propuesta para gestionar las restricciones que el Estado y los agentes privados deberán enfrentar debido a la apreciación del dólar en los próximos años. En formas concretas y contundentes, los participantes no dijeron nada significativo. Aquellos prefirieron recurrir a generalidades discursivas útiles para convertir al debate en una interpelación al Presidente.

Tampoco evidenciaron imaginación. A diferencia de otras disciplinas, la Economía aún conserva unas cuantas pretensiones positivistas que suelen atraer a sus practicantes con la vocación de poder prever el futuro para transformarlo. Sea una virtud o una desgracia del oficio, la intención prospectiva compele al economista a imaginar correlaciones entre variables buscando ir más allá de lo evidente. Así ha sucedido con los pensadores más innovadores de derecha o de izquierda.

La política ecuatoriana, sin embargo, no potencia el hábito científico sino el ardid retórico. Durante el debate, los interpelantes estuvieron inclinados a mirar, una y otra vez, hacia ‘el pasado’. Mediante las preguntas y comentarios sobre el desempeño del Gobierno, se intentó forzar definiciones sobre quién lanzó la primera piedra, cuántas se lanzaron después, qué tan grandes fueron, a quién afectó el primer impacto y quién permaneció ileso. Ante las dificultades para ofrecer respuestas pragmáticas e imaginativas para la gestión macroeconómica, se configuró ‘el futuro’ desde el temor y la angustia. Sin duda, esto sirve para generar identidades y adhesiones políticas.

¿Por qué no existió imaginación ni pragmatismo? Descontando la influencia atribuible a la obsolescencia de los conocimientos adquiridos hace décadas, la explicación de las carencias debería explorarse en el ámbito mundano de los bienes terrenales y no en el dominio de las ideas. Quienes proponen políticas de ajuste convencionales no carecen de capacidades intelectuales… pero sí les sobran intereses privados y compromisos grupales.

Debido a estos, el capitalismo y ‘el riesgo sistémico’ se perciben, conciben y administran tomando como referencia obligada al bienestar de los agentes económicos con mayor capacidad de veto u obstrucción a la gestión estatal porque ‘sin ellos, no se podría gobernar’. Y esta preferencia por los poderosos termina imponiéndose incluso entre quienes podrían reconocer que la actividad empresarial sería imposible sin trabajadores.

Si llegasen a gobernar otra vez en un país sin política monetaria autónoma, los economistas ortodoxos, conservadores y prudentes implementarían el ajuste socializando sus costos hacia toda la ciudadanía para minimizar así las afectaciones a los empresarios ‘relevantes’ para el status quo. Y, muy probablemente, nos dirían que “no hubo otra opción”. Ese eventual futuro, en el cual unos importarán más que otros, no conviene ni siquiera insinuar. Por eso, el debate fue lo que fue. (O)

Publicidad Externa