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El Telégrafo
Roberto Follari (*)

La democracia se ejerce por elecciones

24 de julio de 2015

Es cierto que la democracia se ejerce no solamente con el voto, sino también con la participación, la presencia en la discusión de lo público, la petición, incluso la manifestación y la protesta pacífica. Todo ello es propio del repertorio y la asunción plena de lo democrático.

En lo que el voto no es reemplazable es en la elección y el desplazamiento de autoridades. Ello no se realiza, acorde a las instituciones democráticas, sino por la apelación al sufragio. La calle, la prensa, la protesta, no son ámbitos desde los cuales se pueda destituir o elegir autoridades.

Hoy las noticias que desde el Ecuador llegan hacia fuera de ese país, son preocupantes. Muestran una considerable beligerancia, y la planificación de acciones que no es evidente que vayan a limitarse a la demanda y la reivindicación, y que pueden insistir en la pretensión de salida del gobierno elegido por la ciudadanía.

El gobierno ecuatoriano ha llamado al diálogo. Hay, incluso, el derecho a rechazarlo, si bien la avenencia al diálogo es también una regla democrática decisiva. Pero menos evidente es que negar el diálogo resulte legítimo, si alguien tomara tal negación como trampolín para ensayar mecanismos que reemplacen al voto en la decisión de quiénes son las autoridades instituidas.

Ecuador ha pasado, en los últimos años, por un envidiable período de estabilidad económica y política, cortando así con un largo lapso previo de gobiernos momentáneos y cuestionados. Y ha merecido una relevancia latinoamericana e internacional inédita, que ha puesto al país en un sitio de visibilidad quizá nunca antes logrado.

Hay quienes no comparten esa impresión, la que quizá solo puede obtenerse desde perspectivas macrohistóricas. Lo cierto es que podría pasar como en el viejo mito griego de la caverna, que haya quienes crean que ven la realidad cuando solo ven las sombras de los objetos en la pared. Ello porque está claro que hay algunos sectores sociales descontentos con el actual gobierno, y es obvio que tienen todo el derecho (al margen de si tuvieran o no razón objetiva) de pensar como quieran. Pero es evidente que no podría confundirse ese descontento -genuino o promovido desde usinas mediáticas, no viene al caso discutirlo ahora-, con la idea de sacar al gobierno y poner otro, por fuera de los mecanismos legalizados de elección vía del voto, y de cumplimiento de los períodos de ejercicio establecidos.

Eso sería -para los seguramente pocos que pudieran impulsarlo- pan para hoy y hambre para mañana. Es sembrar la semilla de la inestabilidad y la deslegitimación, no en singular de un gobierno sino de todo el régimen político. Y crear las condiciones para tiempos futuros donde las reglas de juego pudieran no ser aquellas que son compartidas por las mayorías sociales, que incluyen la apelación al sistema representativo y electivo de gobierno. Esto sería de lamentar para el Ecuador igual que para cualquier otro país que viviera situaciones parecidas, ya fuera en este o en otro momento. (O)

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