Se cumplieron doscientos años del más importante documento ideológico de la Latinoamérica del siglo XIX, escrito por el genio político de Simón Bolívar; en él, el padre de la patria sustenta para los futuros países de la América la urgencia de la unificación para formar una gran confederación. Una visión geopolítica, que proféticamente anunciaba la necesidad de la cohesión de pueblos que tienen un origen y una cultura común que pudieran enfrentar la ambición de la gran potencia del norte del continente, que siempre nos intenta dividir. La época que vivió Bolívar, inmediata a la Revolución Francesa, con las ideas de justicia y libertad del julio francés, trascendentales fines que están presentes en la carta. La profusión ornamental en ella, hipérboles idóneas a la retórica del neoclasicismo, no exento del romanticismo implícito a los tiempos, la convierten también en un monumento al lenguaje. El saber del Libertador del pasado y presente de América y su talento, permite el análisis correcto de la situación de los grandes poderes europeos, condición importante para generar la emancipación. El gran venezolano sostenía y relievaba el poderío de la riqueza de América, natural y humana, que debería convertirla en “el emporio del universo”, con miras a proyectarse en la gran fortaleza económica y comercial hemisférica, en las centurias futuras.
La seguridad plena en su triunfo bélico sobre el ejército ibérico es una constante implícita en la misiva escrita en Kingston el 6 de septiembre de 1815; de igual manera la necesidad de que países extracontinentales ayuden a los pueblos mesoamericanos en la guerra de liberación: “Yo diré a usted que puede ponernos en aptitud de expulsar a los españoles y de fundar un gobierno libre. En la unión, ciertamente, mas esta unión no nos vendrá por prodigios divinos, sino por efectos sensibles y esfuerzos bien dirigidos”. Las imágenes de sus sueños de libertad están allí, en los lineamientos del mensaje y sin que disminuya su fe en la victoria final, medita y vislumbra las dificultades de la naturaleza y de quienes se interpondrán en los caminos de la independencia. Su memoria vive en esos desplazamientos extraños, que a veces son difíciles de evocar. Y por eso escribe, demanda, en la esquela dirigida a un caballero inglés, “que nos preste su protección se nos verá de acuerdo cultivar las virtudes y los talentos que conducen a la gloria; entonces seguiremos la marcha majestuosa hacia las grandes prosperidades a que está destinada la América Meridional”; la enorme vitalidad de su pensamiento solventa el cuasi delirio por la certeza del triunfo de las armas patriotas, sabe que organizando una expedición que lleve el combate justo y reivindicativo a la tierra sudamericana, la disociación del imperio español se cumplirá. La codicia y vicios de la corte peninsular, la traición de Fernando VII son un acicate para el conglomerado social que ya conoció los dotes de la autonomía de la colonia. Y el gran estadista y guerrero lo expone: “El velo se ha rasgado; ya hemos visto la luz y se nos quiere volver a las tinieblas; se han roto las cadenas; ya hemos sido libres, y nuestros enemigos pretenden de nuevo volver a esclavizarnos”. Hoy, cuando la restauración conservadora encarnada en la banca, las trasnacionales, sus sirvientes amenazan a los gobiernos progresistas, el pensamiento bolivariano de esa epístola ejemplar y de su vida fundamental debe solventar el accionar de todos en su impronta ética. Sin olvidar que su vaticinio se cumplió a medias: “El suceso coronará nuestros esfuerzos porque el destino de América se ha fijado irrevocablemente”. El exitoso acuerdo entre Colombia y Venezuela, de días pasados, para resolver problemas en la frontera con la mediación de Celac y Unasur es un símbolo. (O)