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El Telégrafo
Christian Gallo Molina

Justicia que tarda…

15 de noviembre de 2021 - 00:34

El pasado viernes volvimos a ser testigos de una nueva jornada de horror detrás de aquel infierno sobre tierra en el que se ha convertido la otrora denominada penitenciaria del litoral. Atónitos, contemplábamos como, en algunas redes sociales, reos que se encontraban detenidos en el pabellón dos de aquel orco, transmitían, desesperados, el preludio de la catástrofe, implorando por ayuda. Entre bombas, balas y martillazos, se mezclaba el sonido del miedo y la violencia. Luego, solo silencio y más silencio. Aquel silencio tan propio de la impunidad y la muerte.

Los noticieros hicieron eco de la noticia a primeras horas de la madrugada, emitiendo juicios heterogéneos acerca de la responsabilidad de lo sucedido. Por otro lado, la eterna pugna política que, oportunista como siempre, surge en estos casos, no se hizo esperar en redes sociales, trayendo consigo la cara más visible de la miseria humana al exhibir fotos y videos de aquel erebo y sus bestias, gruñendo posesas ante una infernal pira donde yacían los restos de aquellos que, momentos atrás, habían clamado por auxilio. ¿Cómo se obtuvieron dichas imágenes? Queda a su juicio.

No voy a sobreabundar sobre los tópicos que muy probablemente serán la base de numerosas opiniones a lo largo de esta semana. En todo caso me limitaré a insistir en lo que se ha dicho en innumerables ocasiones: el problema detrás de la crisis carcelaria y la criminalidad en general es sistémico y mucho más grande de lo que cree. Nunca existió tal paraíso que durante muchos años nos presentaron cuando se pagaban cuantiosas cantidades de dinero en propaganda para vendernos la idea de que la solución al problema criminal era la creación de mega cárceles y un lavado de cara a la caduca idea de rehabilitación. Hoy, podemos contemplar con claridad que simplemente esa no era la vía y que nos falto visión a futuro, pues la infraestructura y las normas “para trescientos años” nos quedaron cortas.

Por otra parte, responsabilizar a una sola autoridad de lo que sucede, solo revela ignorancia sobre el tema y, por tanto, exige una visión más profunda y objetiva sobre lo que sucede en la actualidad. Reclamar la figura de un caudillo que “venga a solucionar” todo lo que nos pasa, solo nos muestra la pereza y la desidia que se ha apoderado de varios, que, creyéndose incapaces de resolver los problemas que nos aquejan, prefieren dejar todo en manos de la autocracia y el despotismo aun a costa de su libertad.

Sin embargo, y sin perjuicio de lo dicho en líneas anteriores, el motivo de la presente columna es otro y bebe de una fuente distinta: entre las múltiples imágenes que han invadido nuestras retinas en los últimos días, queda una que se repite y no deja de generar aún más desazón: la de familiares de reos que, con boleta de excarcelación en mano y lágrimas en el rostro, reclaman a las autoridades la fría negligencia que en muchos de los casos costó la vida de personas que, en sentido estricto, debían estar en libertad.

La pregunta entonces radica en saber, ¿por qué en este punto siguen sucediendo hechos como este? La respuesta estriba en que soportamos, pasmados, un sistema arcaico y caduco que es causa esencial de una justicia lenta, mendaz y cómplice de la peor crisis de seguridad de nuestra historia.

Resulta inverosímil que en pleno S.XXI esperemos a que los trámites en materia penal se realicen de forma escrita y personal, pues aunque por varios años se ha exigido a las autoridades la creación de un auténtico sistema automatizado de trámites, con expedientes electrónicos de por medio, la realidad solo nos ha demostrado que esto no ha pasado del mero ofrecimiento, a pesar de que cientos de millones de dólares se han destinado para ello, tanto en las administraciones de Rodríguez, Jalkh y Maldonado.

Si bien se tachaba de intrusiva y despótica a la administración de la judicatura del correísmo, la administración instaurada por el morenismo y el trujillato es torpe, lánguida y azarosa. Lo sucedido durante la parte más álgida de la pandemia es la mejor muestra de ello. Hasta el día de hoy se escuchan y se leen quejas de cientos de profesionales del derecho que revelan el analfabetismo digital de varios funcionarios judiciales, que por su desidia e ignorancia han retardado por meses, la tramitación de casos.

En este contexto, si usted quiere que este componente fundamental mejore, lo que se requiere es de un sistema automatizado que involucre a todos los órganos vinculados con la administración de justicia: sistema integral de investigación, fiscalía, judicaturas y órganos de ejecución penal. Es absurdo, que para que se despache un oficio, en plena era digital, los funcionarios requieran del usuario para transportarlo de un lugar a otro.

Por otra parte, resulta impostergable la creación de expedientes electrónicos que permitan una verdadera publicidad de los procesos y la transparencia que se espera de ellos. No obstante, seguimos en el tiempo de los innumerables legajos de papel que, directa o indirectamente, colaboran con la corrupción de un sistema caduco.

Existe una memorable escena en “Orfeo negro” (Camus,1959), adaptación fílmica del mito clásico de Orfeo y Euridíce ambientada en el carnaval de Brasil. En ella, se observa a un Orfeo que, desesperado por la pérdida de Eurídice, acude a un juzgado. Ahí, no halla sino miles de legajos. Abatido y confundido, es recibido por Caronte, encarnado en la figura de un conserje. Este le pregunta a quién busca a lo que Orfeo responde que a una persona. Caronte entonces le dice que no encontrará a nadie entre aquellas montañas de papeles, sino que, al contrario, es ahí donde las personas terminan perdiéndose. La escena concluye poéticamente con una lapidaria frase que brota de los labios de Caronte: “¿crees que el papel tiene caridad con los hombres?”.

Quizá, y al igual que Eurídice, la justicia y la seguridad en el Ecuador, también se hallan, perdidas, entre millones de papeles.

 

 

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