Izquierdas del siglo XXI

Hoy, ‘ser de izquierda’ resulta un cliché oportuno y necesario de sintonía con el ciclo político de América Latina y Ecuador; las diversas y múltiples adhesiones a esta banda son ahora tan cotidianas, que la denominación izquierda se ha erosionado hasta convertirse en un lugar común, sin identidad.

Por ello, un debate sobre los contenidos para una izquierda en el siglo XXI es políticamente vital.

Izquierda implica, primero, la recuperación de la tradición revolucionaria contra todo tipo de explotación y discriminación (de clase, de género, de cultura, de color, de edad, política, territorial, de ideas, etc.) y la construcción de un modelo de sociedad democrática y de bienestar efectivo para la población, en diálogo y en respeto profundo a los derechos humanos, a las diferencias y a las aspiraciones de culturas y territorios, por tanto, democracia participativa y con descentralización territorial. Implica una convicción y compromiso político con respecto a la naturaleza y sus derechos, significa entender que la naturaleza es el hábitat que nos soporta y que su degradación es la degradación de las condiciones de la supervivencia humana y de todos los seres vivos.

Una izquierda del siglo XXI no es un movimiento de agitación o propaganda, debe ser un movimiento con perspectivas de poder, de gobierno.

Para ello, debe tener claridad sobre políticas públicas para hacer de un país territorio del Buen Vivir, que combata la pobreza con producción y empleo, que articule a pueblos y nacionalidades desde la plurinacionalidad, sin afanes modernistas de ‘integración al desarrollo’, sino de distribución de vida plena; que respete la naturaleza, con ecopolíticas inteligentes, que valoren recursos bajo comprensiones estratégicas y de futuro sobre la sustentabilidad superando el extractivismo depredador que profundiza el subdesarrollo.  

Esos son los retos de una militancia de izquierda hoy, una reconstrucción ideológica y política firme y viable, abierta y en permanente desarrollo, contraria al enclaustramiento dogmático de la vieja izquierda que pervive por ahí con amargura, y contraria también a esa denominada izquierda ‘light’ que disfruta de la militancia del poder sin haber hecho la conscripción de base y donde el ‘fin de las ideologías’ es su fundamento.

Los fantasmas de la derecha, hoy, van tomando cuerpo, y seguramente traerán nuevos discursos y justificaciones para readecuar el presente a modelos aparentemente nuevos, pero cuyos contenidos de exclusión serán los mismos del pasado.

La lucha política, por tanto, es permanente, pero si queremos un futuro democrático de izquierdas, optimista, popular y poscapitalista, entonces, desde ya, la tarea es generar políticas y programas en esa dirección.