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No hay nada nuevo bajo el sol, decía Salomón. En la historia del Ecuador también vemos cómo se repiten las mismas cosas con otros nombres. Un ejemplo. El Instituto Cultural Ecuatoriano fue establecido por el entonces presidente Arroyo del Río en 1943; casi enseguida este instituto empezó a publicar obras de escritores ecuatorianos. En 1944 una revolución derrocó a Arroyo del Río e instauró en el poder a Velasco Ibarra. Este, siguiendo una vieja práctica política que iniciaron los romanos, refundó todo. Así fundó la Casa de la Cultura con el mismo edificio y el mismo presupuesto del anterior Instituto Cultural. No niego que el “Turco” Arroyo fue un tipo odiado y con razón, ni que el “Loco” Velasco fue amado aunque no entiendo la razón. Lo cierto es que se refundaba la misma institución. Eso no resta méritos a quienes han sido parte de la Casa de la Cultura, pero sí dice mucho de nuestros políticos.
Otro caso. Vivíamos los años ochentas, ya no había examen de ingreso en las universidades. El estudiante F ingresa en 1983 a una de las escuelas de la Facultad de Filosofía de la Universidad Central, para ser profesor en el futuro. Como ya no se han de acordar del sucre, les hablaré en dólares. Pese a la gratuidad de la educación superior púbica, F debe pagar unos 30 dólares para el preuniversitario o curso de “nivelación”. Este valor, multiplicado por mil estudiantes que querían ingresar a todas las escuelas, no iba a la universidad sino a las asociaciones escuela. En el caso de Filosofía, esto quería decir el FRIU, actual MPD. Al final del mes que duraba el curso, el alumno F debía asistir obligatoriamente a una marcha al Congreso para exigir más fondos para las universidades, convocada por el FRIU, para aprobar tal curso. Ya aprobado, iba el alumno F a la secretaría de la Universidad Central y pagaba 10 dólares (500 sucres de la época) por todo el año lectivo 83-84. Era el libre ingreso: uno de cada 10 se graduaba. Por eso volvió el examen de ingreso. Hoy dicen que lo suprimen y le cambian de nombre.