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200 mil años han transcurrido desde los primeros indicios de humanos modernos en África. Y tras tantos años, en pleno siglo XXI, existen retrasos mentales de 2 mil millones de años.
Es que solo un organismo policelular en pleno 2019 puede pensar que el país no pierde cuando se cierran las válvulas hidrocarburíferas “porque el petróleo estuvo bien guardado”. Es inconcebible que existan “líderes” con conocimientos de macroeconomía tan precarios que creen que nuestro principal negocio es tener el petróleo como pieza de museo para que sea exhibido para turistas japoneses.
Es que solo el monarca de los cínicos es capaz de sostener que la amenaza de formar un ejército indígena equivale a que la selección de fútbol entre a la cancha con toda la artillería. El más grande ritual de cobardía es maquillar tus expresiones con el polvo de la burla mal lograda.
Es que no se puede ser más perverso que quien, perteneciendo a una minoría discriminada durante siglos, pretende luchar contra la desigualdad insultando y degradando a otra minoría. Eso se llama “delirio de pertinencia”, un síndrome atroz que te hace escupir materia gris y perderla para siempre.
Se trata de esa rara especie que, pese a tener venas, vasos y arterias, no tiene sangre en la cara; la única capaz de sostener que invadieron con barbarie y fuego la Asamblea para asistir a la sesión y saludar a los legisladores. Eso sucede cuando el intestino grueso termina en la lengua.
La insolencia en este siglo es equivalente a sostener públicamente que “no había policías secuestrados porque estaban felices, mejor tratados que en sus propios hogares”. Se trata del mismo que llamó vagos a un par de ministros, pero que no nos dice de qué vive, en qué trabaja, con qué dinero viaja, a quién exprime, a cuántos sacrifica.
Solo una mente minúscula hace creer a los suyos que en una civilización el diálogo debe ser reemplazado por el acto de mandarnos todos a la Vargas. Únicamente un espíritu ruin puede sostener que existe altruismo en mantener a tu propia gente en la estrechez para lucrar de su desgracia.
Tenemos una deuda con la historia de la humanidad. Debemos meditar el siguiente paso. Frente a los seres rastreros, que simulan ser inteligentes mientras balbucean pequeñas ideas en los escasos chispazos que les da la vida, debemos sentir ternura y no indignación, reemplazar el odio por la pena, suplantar el desprecio por misericordia. Luego, electoralmente, lograr que se vayan, ya saben a dónde. (O)