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El Telégrafo
Juan Carlos Morales

Gigantes en tierra de volcanes

31 de octubre de 2019 - 00:00

En los mitos antiguos, la presencia de los gigantes es una constante. En los relatos bíblicos, por ejemplo, está el filisteo Goliat -que medía seis codos y un palmo (2,9 m)- o los Nefilim, que eran seres caídos e hijos de dioses. Están los 12 titanes, según la versión helena, liderados por Cronos, quien peleó con su padre Urano (Cielo), a instancia de su madre Gea (Tierra).

Se puede leer la epopeya sumeria del rey Gilgamesh, de siete metros de altura, donde se habla del Diluvio Universal, o recorrer las historias de Ulises y los enormes y malvados cíclopes, con un ojo en la frente. No hay que olvidar la venganza de Thor contra estos seres poderosos.

Para el caso de Ecuador se encuentra la leyenda, escrita por Juan de Velasco, sobre los gigantes de la península de Santa Elena, y otra, en los primeros tiempos, en los territorios de los caranquis, en Imbabura. Al igual que muchos otros descomunales seres, este sucumbe ante la soberbia. El mito del gigante y las lagunas fue investigado en primera instancia por Aníbal Buitrón, pero los abuelos caranquis -con diferentes versiones- aún lo cuentan de manera oral.

Los caranquis -señorío étnico que floreció del 1250 al 1550 de nuestra era y constructor de 5.000 tolas en la actual provincia de Imbabura- tienen, además, mitologías que hablan de las montañas porque la región está atravesada por dos cordilleras, a diferencia de los incas que tenían como deidad al sol.

Lo propio ocurre en el centro del país con las deidades de la Mama Tungurahua y el Taita Chimborazo. Los cerros son vistos como protectores y dadores de agua, de allí que las lagunas (cochas), vertientes (pogyos), cascadas (pacchas), ríos (hatun yacus), se conviertan también en elementos simbólicos.

Según refiere Marcelo Naranjo, los elementos naturales -en la cosmovisión norandina- no son puro paisaje estático, sino que, al igual que los humanos, toman decisiones para bien o para mal. El cerro Imbabura, entonces, pervive en la vida de la provincia con una presencia más que física; es el Taita, es viejo sabio y respetable, a quien enojan los mortales perezosos. (O)

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