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El Telégrafo
Ilitch Verduga Vélez

Gatopardismo

02 de mayo de 2014

En 1953, el escritor italiano Giuseppe de Lampedusa publicó una célebre novela El gatopardo, que diez años más tarde fue adaptada al cine por el afamado director Luciano Visconti. La trama de la novela, fielmente reproducida en el filme mencionado, establece no solo los hechos históricos del desembarco en la isla de Sicilia de Garibaldi, el héroe liberador y unificador de Italia; sino, sustancialmente, de los acontecimientos del declive de un grupo social, la monarquía; y el ascenso al poder de otro, la burguesía, señalando el oportunismo de ambas clases sociales en la revolución garibaldina. Una frase lapidaria pronunciada por uno de los protagonistas del libro ronda toda la obra: “Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie”.

Desde entonces, esta sentencia fue tomada por las ciencias políticas para designar como ‘gatopardismo’ a las transformaciones sociales saboteadas desde el interior del proceso, por aquellos advenedizos que se embarcaron al carro del vencedor. El énfasis retórico que sostengo -de pronto- trata de romper con el cincel de una verdad repetida la expectativa amenazante de que en nuestra Revolución Ciudadana aparezcan sucesos y actores que trepen por el ‘chorro de la manguera’, por intereses más inmediatos que los ideológicos y, empoderados de posiciones secundarias de gobierno, obtengan sus proditorios fines de cambiarlo todo para que nada cambie.

Nuestra república, desde su proclamación en 1830, resultó estrujada en el frustrado devenir de ser, antes que tener; y en esa lucha denodada por la transparencia funcionaria y el progreso, históricamente, la mayoría de las veces el pueblo ha sido derrotado por grupos de poder, pero jamás vencido en su recurrencia de esperanza. Los aires viciados de democracia que nos heredó el siglo XX, cuyo antídoto verbal fue el caudillismo ignaro, civil o militar, aún tienen un peso sombrío sobre estamentos medios e inferiores de los organismos gubernamentales, algunos de ellos detectados en plena faena y otros, quizá imbuidos de la nostalgia provocativa de los tiempos idos, lograr furtivas ubicaciones en entidades relevantes del Estado para usar información privilegiada y, en una superposición de los tiempos, generar los climas de envilecimiento.

Siete años de Revolución Ciudadana son muy pocos frente a centurias de ignominia gubernativa -legado de la partidocracia-, con las ilustres excepciones de siempre, los gobiernos de Eloy Alfaro. Y es que nuestra política contingente, casi siempre aldeana, se ha nutrido de especialistas del acomodo y de la componenda.

Hoy, cuando  la convención de Alianza PAIS delibera sobre el futuro de la patria, es deber del conglomerado social ubicar a los corruptos, marcarlos con la significación de la impronta  que preconiza y cumple, y ha denunciado el presidente Rafael Correa, con actitud y doctrina, sin temor ni reverencia, allí donde se encuentren, y cortar la hidra maléfica de la perversión, herencia aciaga del régimen feudal burgués, imperante  todavía en ciertos sectores.

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