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Aníbal Fernando Bonilla

Galeano: caminante de las palabras porfiadas

12 de mayo de 2015

El fulgor de las ideas recorre el laberinto existencial mientras el alba devela el vuelo de pájaros diminutos. Así, con los espejos rotos y las venas abiertas de nuestra América, Eduardo Galeano (1940-2015) construyó una prosa poética que late viva en la llaga ardiente de las tierras despojadas del oro y de la alegría. Pese al sometimiento y al coloniaje, los pueblos hermanados de geografías y tradiciones comunes han mostrado un latente orgullo identitario, no obstante de la avalancha globalizadora. Queda para la posteridad -luego de  ocho años de meticuloso trabajo- su profunda trilogía: Memoria del fuego.

Ante el fenómeno cultural Galeano, consideró que el mismo no terminaba “en la producción y el consumo de libros, cuadros, sinfonías, películas y obras de teatro. Ni siquiera empezaba allí. Entendíamos por cultura la creación de cualquier espacio de encuentro entre los hombres y eran cultura, para nosotros, todos los símbolos de la identidad y la memoria colectivas: los testimonios de lo que somos, las profecías de la imaginación, las denuncias de lo que nos impide ser”.

Sobre la esencia del hombre nutrido de saberes andinos y tropicales es que Galeano nos habla en sus páginas incontables, pero también de los recuerdos que se quedan atrapados como reliquias, de los amigos y de los abrazos permanentes, del otoño montevideano, del exilio, de la cárcel, de la máquina sanguinaria que engendró tortura y muerte, de los silencios, y de los amores y desamores que alguna vez nos hicieron reír y llorar mientras los días y las noches eran un sueño eterno.

Porque de la utopía también escribió Galeano con acierto, dentro de la reivindicación de la dignidad y el humanismo y a contracorriente del sistema imperante en donde prevalece la mercancía y el hedor de la ganancia oscura. Bien dijo: “Cuanto más libres andan los negocios, más presa está la gente. La prosperidad de pocos maldice a todos los demás”. O esta otra máxima: “Es necesaria la miseria de muchos para que sea posible el derroche de pocos”. Por eso sostuvo su tesis de defensa a los nadies: “los hijos de nadie, los dueños de nada”.

Pero a su vez, se refirió a la maravilla del rey de los deportes, como fiesta de los ojos: “Yo no soy más que un mendigo de buen fútbol. Voy por el mundo sombrero en mano, y en los estadios suplico: -Una linda jugadita, por amor de Dios. Y cuando el buen fútbol ocurre, agradezco el milagro sin que me importe un rábano cuál es el club o el país que me lo ofrece”.    

Eduardo Galeano fue un escritor que hizo de la historia no dicha su esencia investigativa y de la humildad su principal herramienta cotidiana. En sus escritos -que rompen con las fronteras literarias- hay un soplo poético en el nido de las revelaciones, por tal motivo el propio autor reinventó la casa de las palabras, en donde los poetas buscan y reconocen grafías, colores y sensaciones múltiples.

Sus textos son exquisitas piezas literarias de denuncia y asombro de la realidad y de una inteligente manera de comunicarse con la sociedad, visibilizando a aquellos sectores olvidados. Sus libros aguardan lecturas proféticas, en medio de inusitadas historias del ayer, con el afán de tender puentes de esperanza para el futuro.

Gracias maestro, por el vino y la abundante cosecha. (O)

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