Suele suceder que cuando en la contienda política una de las partes se siente derrotada, busca con desesperación la forma de vencer al adversario, y si no encuentra algún mecanismo idóneo, se acrecienta la frustración y se vuelve más peligrosa porque el derrotado se pone a ensayar los mecanismos más insólitos para tratar de equiparar fuerzas y, en lugar de aplicar la razón y la inteligencia para mantener un nivel de civilización en la confrontación, empiezan a utilizar toda suerte de armas descabelladas, convirtiéndose en una expectativa de riesgo, a la que hay que ponerle mucha atención y cuidado para evitar una catástrofe.
No existe país en el mundo en que un régimen no levante una oposición que aparece con diversos matices y con distintas armas: hay aquellas que no pasan de lo verbal, hasta las más riesgosas, que se vuelven suicidas y que, de todas maneras, provocan daños desconcertantes.
Ecuador y su Revolución Ciudadana no pueden ser jamás una excepción y cuando en el horizonte se vislumbra la posibilidad de una reelección para cumplir cuatro años más aplicando el camino escogido, la desesperación de quienes no atinan ni siquiera a organizar sus huestes, es obvio juntar grupúsculos que se convierten en una tarea inalcanzable, puesto que cada uno de ellos tiene un líder que no quiere sacrificar la oportunidad de aglutinar en su torno a las otras organizaciones que se empecinan en querer también comandar a todos ellos.
En la expectativa de aprovechar el período crítico económico que vive la humanidad entera afectada por el golpe de la baja de los precios del petróleo, la oposición ecuatoriana, con mayores o menores iniciativas, está empujando una venganza virulenta en contra del régimen, suponiendo que ha llegado la hora, como dirían los argentinos, de poner toda la carne en el asador.
Lo evidencian quienes quieren aprovechar toda oportunidad de salir en los medios de comunicación, especialmente en los privados, a utilizar un lenguaje agresivo y provocador para referirse al Gobierno, particularmente al presidente Correa.
Casos como el extinguido líder Francisco Huerta Montalvo, a quien se escuchó en la Radio Democracia de Quito, aupado por el entrevistador Gonzalo Rosero, hacer un descarado llamado para tumbar al Gobierno, en similares términos a los que se usaron contra Bucaram, Mahuad o Gutiérrez.
Huerta es el caso típico de aquellos que al inicio de este régimen estuvieron buscando cómo acomodarse y, cuando no encontraron la forma, convertirse en un gratuito insultador con la única propuesta de tumbar al régimen que no les ha dado la oportunidad que ellos esperaban, basados en su endeble trayectoria en el pasado.
Como todos los países petroleros que han venido recibiendo un importante ingreso como su fuerza productiva, Ecuador tiene que confrontar esa realidad que afecta al equilibrio financiero, y reducir la posibilidad de atender las múltiples necesidades de una sociedad de economía incipiente.
El lugar de insultos y denuestos contra el régimen, sería bueno que aquellos que hablan mucho y mal y no hacen nada propongan alguna idea para tomar acciones que disminuyan la peligrosidad de la crisis universal, que no puede ser controlada desde un pequeño país como el nuestro.
La frustración de ellos es una realidad peligrosa que puede estimular a los aventureros de turno optar, como mecanismo de lucha, por la gresca irracional. (O)