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El Telégrafo
Alfredo Vera

Fidel, el Cristo laico

06 de diciembre de 2016 - 00:00

Desde todos los confines de la Tierra han proclamado al Comandante Fidel Castro Ruz como el hacedor del milagro, no solo de multiplicar panes y peces, sino también de hacerlo con los conceptos de dignidad, soberanía e identidad de las naciones en general, pero más particularmente, aquellas con las que Cuba tenía relaciones diplomáticas o presencia de su imagen política llena de bondad, generosidad y solidaridad.

Por eso, no extraña que, desde los más recónditos lugares de la geografía, surjan voces proclamando al gran líder cubano como la réplica del nacido en Belén, pero en la versión contemporánea, y más, precisamente, en la era actual: pero no como un hecho religioso, sino por los resultados de su visión de estadista, reconocido universalmente. Esos elementos tienen que ver, fundamentalmente, con la educación y la salud de todos los seres humanos, pero abarca también otras virtudes de la especie: la libertad plena en el deporte, la cultura, la ciencia y la capacidad de producir bienestar a todos los habitantes de la Tierra.

No hace falta implorar su ayuda, para recibirlas, porque ellas son implícitas a las necesidades de una consagración plena en las zonas de desarrollo poblacional. Tampoco es necesario introducirse en los elementos constitutivos de las religiones, porque el amor con que el líder contemporáneo mira y admira a los necesitados es suficiente para que el gobernante caribeño ejerza su fraternidad ilimitada y se haga presente en esas latitudes humanas.

Fidel significa fe, fidelidad, y eso es lo que el líder cubano ejerce con quienes, como los pueblos, padecen de algún mal y necesitan de su fraternidad. Fue como los genuinos combatientes por la justicia y la verdad, vencedor de todas las batallas y, cuando sufrió algún traspié, con esa voluntad inquebrantable que lo caracterizó, repuso sus fuerzas y se encontró nuevamente victorioso.

Hace muchísimo tiempo la historia lo absolvió y le permitió la vida para jugar un papel único, desarrollando amistad de hermano con muchísimos pueblos de los cinco continentes, dando Cuba su ejemplar consigna de la solidaridad: “No demos a los demás lo que nos sobra, sino lo que ellos necesitan”.

Y como es común que los pueblos lo que necesitan es salud y educación, creó las becas para que los jóvenes de todos los confines de la Tierra pudiesen estudiar, particularmente medicina, con el único requerimiento de que vuelvan a sus respectivas patrias, a servir a los más necesitados, para aliviar su salud. Soportó con entereza y astucia los más de 600 intentos de asesinato que propiciaban los sucesivos gobiernos de Estados Unidos, ejecutados por agentes de la CIA, y nunca hizo reclamo alguno, solamente disfrutando del fracaso de quienes tanto lo odiaron desde que subió a la Sierra Maestra.

Su voluntad férrea por ayudar a los pueblos, en particular a los de Nuestra América, lo condujo a propiciar la paz en los países con conflictos internos: Él fue la espada de Bolívar que recorre los pueblos de Latinoamérica; él es el forjador de la voluntad para que Salvador Allende decida su propia muerte, antes de verse atropellado y vejado por el insolente traidor de Pinochet; se mueve en el realismo mágico de García Márquez; disfruta los poemas de Pablo Neruda; acompaña los pinceles de Guayasamín para pintar la Edad de la Ira y de la Ternura; conduce, junto con Hugo Chávez Frías, la gestación de Unasur y la Celac.

Él, somos todos los inconformes sobre la Tierra. (O)

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