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En el pasado sangriento de la conquista ibérica de América, aquel ilimitado desierto de crímenes ignominiosos y cueva oscura del mayor genocidio contra poblaciones indefensas de que se tenga memoria en el devenir de la humanidad, delito masivo, que permitió destruir civilizaciones y borrar culturas ancestrales, existieron y aparecieron grupos y personajes siniestros y sinuosos que reptaron frente a los atacantes hispanos y se acomodaron en sus campamentos militares convirtiéndose en sus mayores aliados colaboradores e informantes y uniéndose a las huestes invasoras. Sucedió en el conglomerado de los mayas y los aztecas y también en el Tahuantinsuyo.
En búsqueda del hartazgo de traición y pago en mendrugos de poder y supervivencia, en estas tierras surgió el más reputado de todos -si es que se puede acceder a la celebridad con perfidia-, llamado Felipillo, indígena oriundo de la localidad de Pochos, cercana a la actual ciudad peruana de Piura, cuyo verdadero nombre era Ualpa y que “castizó” su apelativo cuando fue capturado por Bartolomé Ruiz, del que fue su eficaz ayudante, ganándose la confianza de Francisco Pizarro y Diego de Almagro.
Las alevosas y palmarias falsías de Felipillo fueron infamantemente relevantes, entre ellas la delación a sus jefes españoles de la estrategia y planificación castrense organizada por el insigne Rumiñahui para la defensa de Quito que permitiera librarla de la codicia y rapiña castellana; o como el artero traductor entre Atahualpa y sus captores, que implementó la celada al inca y que luego posibilitó su ejecución en Cajamarca. Después de la muerte del monarca, Felipillo raptó y violó a la hermana de este para, a renglón seguido, entregársela a Pizarro, que prendado de ella la hizo su amante llamándola Angelina -por su angelical belleza- y en la que tuvo descendencia. Felipillo, en años posteriores, fue ajusticiado por los propios conquistadores.
El barroquismo de la felonía de este renegado se ha extrapolado a épocas contemporáneas, en la vida política y social de la nación ecuatoriana, no solo en las conspiraciones antiguas y presentes y en los dogmas ungidos por la vanidad de políticos inescrupulosos de todo pelaje, o en la visiones de beligerancia nihilista de quienes, despojados al fin de influencias en el Gobierno Nacional, se inclinan ante el poder extranjero, para declararse los mejores amigos y socios de los imperios.
No solo allí se los puede encontrar, también en los “diplomáticos” que vendieron la patria en Río de Janeiro en 1942, y/o en sus herederos o discípulos, de igual manera en los medios de difusión privados y articulistas, todos ellos declarando su amor por la rubia Albión y abjurando del compromiso sagrado de ecuatorianos.
La dialéctica esgrimida por nuestra cancillería frente al asilo del periodista Julian Assange es correcta y eficiente, y conocida ya por la mayoría de los gobiernos y los pueblos del planeta, dando un saldo favorable de prestigio y coraje para la República y el presidente Correa como defensor de derechos humanos fundamentales, como la vida, el pensamiento y el honor del país, ha recabado la admiración del mundo.
La batalla humana que se avecina para conseguir el salvoconducto que permita la salida de Gran Bretaña del asilado Assange se está dando y se dará con la sabiduría sincera del espíritu generoso del régimen nuestro, donde se combinan ciencia, arte, verticalidad, entereza y singular apego a la justicia, aun sobre los juicios espurios de los Felipillos actuales, escribientes que en sus escondrijos mediáticos fabulan y dan rienda suelta a sus odios inconfesables.