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El pendejismo revolucionario no comprende que la palabra es también un acto. Esta es una tesis incontestable, aplicada a la historia en general o a épocas de la historia en las que cualquier acción política viene de la Palabra en estado de ebullición. El preludio de esta jam-session es un remake de unas líneas leninistas, publicadas en el tomo 1, p. 280, de las Obras Completas de Lenin, editorial Progreso, 1961. No solo la calle debe calentarse pisando fuerte y con decisión, también hay que soltar la Palabra para que con su marimbeo critique y fortalezca los procesos progresistas latinoamericanos. El pasado 20 de julio, Frantz Fanon cumplió 90 años como ánima bendita en Playa de Oro o en San José del Cachaví y por acá no supimos.
Si fue así, entonces debió encontrarse con el Abuelo Zenón. Bebieron un arábigo natural (café) resultado de las ciencias agroecológicas del viejo cimarrón, ambos lo toman pausado y sin conversación, porque así manda el antiguo arte etíope del disfrute. Y después la palabra suelta. Este jazzman les hubiera pedido: “Hablen sobre la resistencia en el siglo XXI y en tiempos de gobiernos progresistas que tienen proyectos revolucionarios con diferentes apelativos: ciudadana, bolivariana y comunitaria”. La resistencia es un ejercicio de emancipación del intelecto, de revolucionarismo individual y colectivo, de ponerle fecha de caducidad al entundamiento colonial y archivar el pendejismo para otros tiempos mejores, apunto.
Fanon devolviendo la taza vacía: “El colonialismo, que no ha matizado sus esfuerzos, no ha dejado de afirmar que el negro es un salvaje y el negro no era para él ni el angolano ni el nigeriano. Hablaba del Negro”. También del Negro de Esmeraldas, Salvador de Bahía, Caracas o La Habana, interludio nuestro. El Abuelo Zenón baja el tono y como si se fuera una dolorosa confesión: “Aquello que ahora somos como pueblo es lo que nunca quisimos ser, porque lo que ahora somos no depende solamente de nuestra voluntad de ser”. El silencio también tiene lenguaje y sabiduría, por eso la palabra continúa narrando más allá de su sonoridad temporal.
25 de julio de 1851, el Decreto Presidencial de José María Urbina proclamó la manumisión de los esclavos y fue legalizada el 27 de septiembre de 1852, en la Asamblea Nacional, con votación cicatera: 19 a 17. A partir del 6 de marzo de 1854 sería abolida. Nadie lo festejó en aquellos años y nadie jamás lo ha festejado hasta hoy, porque las penas fueron de los desencadenados y la platita de los capitalistas del trabajo sin fin ni reposo. “Ahora somos lo que las leyes de los Estados nos ordenan y nos mandan que seamos”, concluye la explicación el Abuelo Zenón.
Fanon habla para un imaginario auditorio de millones de afroamericanos, de las tres Américas, hay calor callejero en sus palabras errantes: “Cada generación, dentro de una relativa opacidad, tiene que descubrir su misión, cumplirla o traicionarla”. (O)